Si existe una diferencia,
un color que nos defina,
que demuestra y que aglutina
nuestra falta de solvencia,
sin duda y sin discusión
del hombre lo más notorio
es este estado irrisorio
de eterna insatisfacción.
Llega el tunning –por lo tanto–
pisando fuerte y seguro,
acertando en el conjuro
de lo feo y de su encanto:
y es que el tema es el derroche
en luces, en alerones,
decibelios y neones
que trasplantan en su coche
los que llaman los tuneros
que en mi opinión, son ejemplo
de cómo inventarse un templo
en plan cutre a don dinero.
Todo vale y todo cambia;
aquí todo se recambia
con bodrios por estandarte:
cambia el plano por pereza,
cambia el canon de belleza,
cambia el todo por la parte
y a todo se pone precio
enfermando de desprecio
por la estética y el arte.