“Creo que hiciste mal”

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(Mateo 18,15-20) Afrontar en la intimidad a alguien, a quien queremos, desde un fallo que tiene, sin que ceda el amor, pero sin que ceda la verdad, es difícil. Tenemos la tentación de dejar de ver los errores y las deficiencias de las personas a las que apreciamos, como si la verdad tuviera que ceder ante el amor para preservarlo. Pero así, a medio plazo, sufre también el amor. ¡Cuántos novios que se casan enamorados no han roto a los pocos años su matrimonio por ser capaces de vivir su amor en la verdad! ¡Cuántos niños malcriados se convirtieron en adultos infelices porque sus padres no fueron capaces de vivir su amor en la verdad!

Pero no es fácil, cuando alguien nos recrimina cualquier actitud o comportamiento nos defendemos como si nos atacara, como sino nos quisiera. Nos sentimos humillados cuando nos llaman a reconocer humildemente nuestras propias limitaciones. ¿Cómo invitar a la humildad sin humillar?, ¿cómo asumir una corrección sin sentirse humillado?

La verdad de tu vida no son ni tus aciertos ni tus errores. Ni la desesperación ni el orgullo se asientan en tu última verdad. La verdad de tu vida es el Amor que te llama a ser verdaderamente persona.

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