(Marcos 8,27-35) LA EXPERIENCIA DE FE en Jesucristo potencia lo mejor del ser humano, lo mejor que hay en cada uno de nosotros. La amistad, la relación profunda con Jesucristo nos libera de nuestros demonios, nos da humildad para superarnos y nos abre a una fraternidad que da sentido a nuestras vidas. Lo más auténtico del ser de nuestra persona encuentra resonancia en el Evangelio.
Pero hay experiencias profundas en la fe que no se explican desde meramente lo humano; una de ellas es el acoger desde un sentido pleno y luminoso a los momentos de sufrimiento y de cruz que tenemos que afrontar. Todos hemos de vivir momentos de sufrimiento. Todos, incluso, por ser honrados, por luchar por la justicia y el bien podemos vernos despreciados y perseguidos. Es ley de vida, si no te resignas a la injusticia y a la mentira de este mundo, esa injusticia y esa mentira se centrarán en ti.
Los seguidores de Jesucristo tenemos un consuelo y una fortaleza grande en los momentos de cruz: al participar de una entrega como la de Cristo, participamos y participaremos en una vida y en una resurrección como la suya. Unidos a Él, nuestra cruz se convierte en un yugo llevadero, y en una carga suave. Todos nosotros, como el apóstol Pedro, nos asustamos ante la cruz. Ojalá seamos, también como él, fuertes y generosos cuando nos toque acoger los sacrificios que la vida nos presente.