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(Marcos 16,15-20) LA ENSEÑANZA de Jesús resucitado a sus discípulos, antes de ascender a los cielos y dejarles su misión encomendada, versó sobre el Reino. El Reino de paz y de justicia, el Reino de libertad y de gracia que acontece cuando las personas tenemos solo al Padre por Rey, solo al Hijo como Señor, solo al Amor como anhelo de vida.

La misión de la Iglesia está entre la tierra y el cielo. Estamos llamados a anunciar el Nombre de Jesús con las actitudes de misericordia y de compasión que él tuvo con nosotros, pobres y pecadores. Con los signos de cercanía y de liberación de las esclavitudes que Él realizó. Una misión muy terrena y carnal: dar de comer al hambriento, denunciar las injusticias que se cometen contra los pobres, acariciar y acompañar al enfermo… Pero, a la vez, muy de los cielos, porque anunciamos que solo nos salvamos en el Amor de aquel que entregó su vida por nosotros, en el Amor de aquel que se dio por entero en su vida y se entregó por entero en la cruz. Anunciamos, y nos proponemos vivir, un Amor que está muy por encima de la tierra, un amor que es del cielo.

Paradojas de la Iglesia que reflejan las paradojas y las contradicciones de la condición humana, las tuyas y las mías. Vivir es amar; sin amor no merece la pena la vida; amar es entregar a quien amas enteramente la vida. Nuestra vida está siempre entre la tierra y el cielo.

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