Bajarse de la parra

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(Lc 19, 1-10) DECIMOS QUE alguien se ha subido a la parra cuando pide o exige algo desproporcionado. En el texto del evangelio del domingo próximo un hombre llamado Zaqueo se había subido a la parra con prepotencia y orgullo, había robado y extorsionado a personas indefensas. Cuando Jesús se encuentra con él, con un imperativo que sorprende, le dice: “Zaqueo, baja enseguida”. Y Zaqueo bajó, y conforme Jesús le iba mostrando su cercanía y confianza, fue bajándose más.

El Papa Francisco se atreve a decirle a los grandes y poderosos, con sus palabras, y con su ejemplo, que se bajen de la parra. Pero quizás nuestra iglesia concreta, nuestra comunidad cristiana ha perdido esa frescura utópica de decirle a quien explota a sus trabajadores que se baje de la parra, a quien sólo mira por el interés de su partido que se baje de la parra, a quien sólo se deja guiar por sus intereses egoístas que se baje de la parra. Nos falta la esperanza cristiana de saber que todo estará un día al servicio de la gloria de Dios, que es que el hombre viva, y que nosotros hemos de estar al servicio de esa esperanza. Nuestra organización eclesiástica está aliada con las cosas-tal-como-son y nos falta el impulso profético y esperanzado del Evangelio.

No podemos reducir nuestros cultos a una diversión. A veces nuestra religión está más en los oídos y en los ojos que en el corazón. No podemos reducir nuestra religión a actos donde figurar. El encuentro de Zaqueo con Jesús lo cambió profundamente, hizo de él una persona nueva. Pensadlo de verdad: sin soñar un mundo distinto, un mundo de hermanos, ¿tenemos fe verdadera?

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