Tres madres

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(Lucas 23,35-43) EN EL MONTE  hubo tres cruces, la de Jesús y la de otros dos hombres que asesinaron con él, uno a su derecha y otro a su izquierda. En el monte calvario habría también tres madres a los pies de la cruz de sus hijos, María y esas dos mujeres anónimas de la que nadie nos ha hablado.

El amor maduro y verdadero tiene la capacidad de apreciar lo que otros no ven, de querer gratuitamente, de reconocer las limitaciones de la persona querida sin juzgar, sin echar en cara.

Aquellas tres madres bajaron consoladas del monte de la tortura y de la muerte por la actitud de Jesucristo. María, mejor que cualquiera de los discípulos, supo apreciar, tras las lágrimas y las quejas contenidas, cómo su hijo al entregar la vida actuaba como juez de vivos y difuntos. No pudo tener mayor consuelo que ver a Jesucristo, en el suplicio, entero y fiel a sí mismo, fiel a su Padre, consciente de que su vida entregada lo erigía en juez y abogado defensor de toda la humanidad.

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La madre de Dimas, así llama la tradición al buen ladrón, bajó del monte con el consuelo de que aquel hombre había llamado a su hijo, en verdad descarriado y en verdad delincuente, “compañero”. “Hoy entrarás a compartir el pan bendito del reino, conmigo”, le había dicho.

La madre del otro ejecutado no quería que nadie llamara a su hijo pervertido, ni ladrón, ni asesino, ni corrupto, ni embustero… Era su mal genio y su mal pronto que lo traicionaban… También bajo sabiendo que el Nazareno acogería la bondad que ella reconocía en su hijo, sólo con que éste mirara a aquel Hombre.

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