La mina tuvo un sueño: ser mujer;
y, en su entraña, de hombre se preñó
con su macho de arena que enterró
la libertad del sol en su poder.
El llanto del desierto fue a tender
manto de cuna al son de Copiapó;
y, soñando, la tierra al fin parió
al hombre envuelto en roca-amanecer.
Fue un parto de hora lenta bendecido
por los hombres, allá donde estuvieron,
mostrando al mundo al hombre y su sentido.
Treinta y tres que gestó, al fin nacieron:
hombres-roca ligados a un latido
pulsado por gritar: ¡sobrevivieron!