Como sufre un cofrade con el cielo
mirando hacia el azul con esperanza,
plantando en cada gris desconfianza,
no tiene parangón ni paralelo.
Las nubes insomnizan con desvelo
unos días de extraña mezcolanza
donde se unen temor, adivinanza,
tardanza, predicción y desconsuelo.
Todo queda en suspenso con la lluvia
que en un manto de lágrimas de gubia
destroza al corazón por su través.
Y así queda en silencio, mantenido,
para así ser soñado tras el ruido
que eleva al alma oyendo: “¡A esta es!”