Éxtasis digital

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Son como los demás del género, pero sus manos terminan en pequeñas pantallas accionadas por los valores lógicos uno y cero, es decir, reciben y emiten informaciones mediante el sistema binario.

Los podemos encontrar por las calles, los parques, en el autobús o el cercanías, ensimismados y reflexivos, como nunca se viera a persona alguna en otras épocas ni siquiera en la era analógica. Aceptan mensajes permanentemente y tienen la cabeza llena de datos, unos interesantes, algunos ilustres, otros divertidos.

Tienen mucha tarea diaria en contestar tanta visita virtual. El dedo siempre está preparado para digitalizar, para iniciar o responder a eventos. Comunican también voz e imágenes. Y hablan con la máquina como si tal cosa, la cual les corregiría puntual si cometieran errores.

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Con frecuencia entregan intimidades. No es extraño verlos ausentes de la realidad (“out door”) que es tan hermosa y están felices en un mundo de sombras electrónicas y signos pequeñitos acompañados de músicas y algún “speech” de horrendos sonidos. Llevan una vida interior cansina. Se alían con el inconsciente en niveles de ritmos y tiempos desconocidos y se dejan transportar como en un éxtasis digital. Y ahí permanecen horas incubando aprendizajes y capacidades.

Los más estrictos entre los digitales no comparten su tiempo con los que no lo son, por más que éstos estén dolidos ante semejantes soledades. Ambos pues conviven, como si dijéramos, en paralelo. Mientras el digital masculla o vocifera cotilleos o se entrega a la máquina, su acompañante pensativo y paciente, trata de disimular su penosa situación.

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