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(Juan 15,9-17) El domingo anterior veíamos que mientras a Pablo lo tenían que sacar de Jerusalén porque los fanáticos judíos lo querían asesinar, el conjunto de la Iglesia, con Pedro a la cabeza, gozaba de paz en toda Judea. A cada uno le llega a su hora lo que tiene que hacer. Pedro fue dándose cuenta poco a poco de que la fe en Jesucristo desbordaba las fronteras de la religión judía. El amor de Dios alcanza a todos, especialmente a los que sufren y a las personas de buena voluntad.

Los primeros discípulos de Jesús eran todos judíos, como Él mismo; pero el mensaje y la vida que traía no se circunscribían a una cultura, a una manera de entender la moral, incluso a una manera religiosa de entender a Dios. A los fanáticos de todos los tiempos, Jesucristo los pone nerviosos. No nos salva ninguna religión, ningún conjunto de prácticas con las que las personas quieren congraciarse a la divinidad. Jesucristo viene llamándonos amigos, viene amándonos hasta entregar la vida por nosotros, y convocándonos a vivir en su amor. Su mandamiento es que nos amemos unos a otros en el amor con que Él nos ama; nada más, nada menos.

Hoy día también nos encontramos con fanáticos de ideologías, que insultan y denigran a todo el que no sea de los suyos; y, en el último gesto de desprecio, lo cancelan. “Fachosfera”, “progresía”, “patrioteros” “feminazis”…, cuánto insulto y cuánta necesidad de comprensión.

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