Un crucifijo de cristal

Pequeña joya del siglo XVII.

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Ya hemos tenido ocasión de mencionar el hecho de que la parroquia de Santa María Magdalena de nuestra ciudad nunca ha sido “rica” en patrimonio ni en rentas, como sí lo fueron otras parroquias de su entorno más cercano, como las de la villa de Utrera o las de la ciudad de Sevilla. Siempre fue un templo humilde que si bien poseía innumerables tributos a favor, éstos eran pagados por jornaleros que a duras penas llegaban a final de mes.

Esa situación la puso de manifiesto en 1837 el entonces mayordomo de fábrica, Francisco de Paula Vigil, a la autoridad eclesiástica, en los siguientes términos: “Este es todo el caudal que tiene la fábrica de la yglecia de la villa de Dos Hermanas: los tributos y este manchón y adgregación de los diezmos que no valen nada, y los tributos incobrables por estar todos en poder de pobretones llenos de miserias, que ni el señor general Espartero con toda su Divición de soldados si biene a cobrar los dichos tributos se va sin cobrarlos, porque no tienen los pobres, esto es una verdad y es la causa por donde está la fábrica tan empeñada con sus pobres ministros como se puede ver”.

No obstante, atesora ciertas piezas que son dignas de destacarse. Ya hicimos referencia a algunas de ellas en esta misma publicación, y en esta ocasión nos detendremos en un pequeño crucifijo de cristal, de finales del siglo XVII y de gran valor histórico, que ha pasado desapercibido, entre otras cosas por desconocerse su dueño y en qué momento llegó a la parroquia. A estas dos incógnitas pudimos dar solución gracias, una vez más, a la documentación notarial.

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Así, sabemos que perteneció al licenciado don Alonso Martínez del Pozo, uno de los curas de la parroquia entre los años 1660 y 1677 y capellán de varias capellanías. Nació en torno a 1641, en Columbrianos, un pequeño pueblo de El Bierzo (obispado de Astorga), siendo hijo de Gonzalo Martínez y de Beatriz Durán. Llegó a Dos-Hermanas en 1660 donde su tío el licenciado don Francisco Rodríguez del Pozo era cura beneficiado para ayudar al párroco en los quehaceres diarios. Tiempo después, en octubre de 1676 dio poder cumplido a Francisco de Toledo, residente en la villa y Corte de Madrid, para que en su nombre compareciera ante el Nuncio de España y “pídale se me despachen letras para conpulsar los autos del clericato que tengo yntentado ante el Juez de la Santa Yglesia de la ciudad de Sevilla, y elevar los autos ante dicho Señor Nuncio para que probea en ellos lo que fuere Justicia y eleuados en mi nombre los siga, fenesca y acaue por todas instancias y sentencias que para ello le doy el poder”. Residió en unas casas con su bodega y atarazanas en la calle del Canónigo (dando el postigo de la bodega al matadero), que heredó de su tío el referido beneficiado.

Pero centrándonos en el asunto que nos ocupa, en su mesa de escritorio tenía el crucifijo de cristal al que nos referimos del que desconocemos su autoría y procedencia, aunque presumiblemente lo adquiriría en Sevilla. Pues bien, en agosto 1694 redactaría un testamento cerrado, que no fue abierto hasta enero de 1710, muy poco después de su muerte (que acaeció a las cuatro de la tarde del 26 de ese mes y año). En dicho testamento, ordenó ser “amortajado con hornamentos de decir misa, con alua, amito, estola, manípulo y una casulla morada y bonete y un cáliz de plata en las manos”. De esta manera seguía la vieja costumbre de los sacerdotes de ser amortajado no con los hábitos de órdenes monásticas (de los carmelitas o franciscanos, por ejemplo), como hacía el pueblo llano, sino con las vestiduras eclesiásticas.

Al mismo tiempo, mandó dar “de limosna a la fábrica desta uilla un relicario de plata y una cruz de cristal con los cauos y guarnición de plata sobredorada y una Ymagen del Señor crucificado en medio, y una casulla y dos albas, la una con soles y la otra con puntas, un misal, unos corporales mui ricos y una custodia en que se encierra el Señor el Viernes y Jueves Santo, un caxón nuevo que es el que oy tiene la cofradía del Santísimo y una casulla rica, que casulla y alba de soles están en mi poder”, a lo que añadió que era su voluntad “que la casulla y alba se le dé a la fábrica con calidad que dicha fábrica tenga obligación de darme un amito y alba, cíngulo usado o biexo para amortajar mi cuerpo, y la casulla viexa morada que tiene dicha fábrica porque es mi voluntad enterrarme con ella que aunque no la puedo pedir por Justiçia por auerlo dado a mi Yglesia, por vía de vienechor, lo suplico al beneficiado y cura que son o fueren”.

Por tanto, fue así (vía testamentaria) como aquel “cruz de cristal con los cauos y guarnición de plata sobredorada y una Ymagen del Señor crucificado en medio” llegó a manos de la parroquia en enero de 1710, y desde entonces se encuentra en ella, sin que se le haya dado una utilidad ni protagonismo, razón por la cual, insistimos, ha pasado desapercibido. Pero, indudablemente, estamos ante una de las joyas más destacadas del patrimonio nazareno, por su antigüedad y lo peculiar de su material.

Mirador

FOTO DEL MES La fotografía que traemos este mes fue publicada en la Revista de Feria de 1979, y en ella vemos parte del mirador que se encontraba en el cruce de las calles Santa María Magdalena y del Canónigo. Un mirador que fue construido en los últimos años del siglo XVIII y que perteneció a la pequeña hacienda de Francisco José de Rivas y Arquellada, escribano público y del cabildo que falleció en 1800 víctima de la epidemia de fiebre amarilla. Por desgracia, el mirador y el resto de la primitiva hacienda fueron destruidos en la década de 1970.

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