La princesa se va de farra

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Película Noche RealTiene esta Noche real un algo que hace que el espectador se enfrente a sentimientos contradictorios. Al menos algunos, dependiendo de las opiniones políticas con las que se sienta más cómodo, que, quiera o no, terminan influyendo en cómo ve, en cómo disfruta, una película, un libro, o cualquier obra artística con la que se tope.

{xtypo_rounded3}Reino Unido, 2015 (97′)
Título original: A Royal night out.
Dirección: Julian Jarrold.
Producción: Robert Bernstein, Douglas Rae.
Guión: Trevor de Silva, Kevin Hood.
Fotografía: Christophe Beaucarne.
Música: Paul Englishby.
Montaje: Luke Dunkley.
Intérpretes: Sarah Gadon (Elizabeth), Bel Powley (Margaret), Jack Reynor (Jack Hodges), Emily Watson (Reina), Rupert Everett (Jorge VI), Roger Allam (Stan), Jack Laskey (Teniente Pryce), Jack Gordon (Teniente Burridge), Ruth Sheen (Joan Hodges).{/xtypo_rounded3}

El Día de la Victoria Europea, la noche tras la rendición de la Alemania nazi, cuando toda Londres estaba en las calles celebrando el final de la guerra, las princesas Elizabeth y Margaret desean salir, mezclarse con el pueblo y disfrutar de la fiesta. Y a pesar de las reticencias iniciales, el rey (Jorge VI) decide permitirles salir de incógnito. Así, las dos princesas tendrán su primera oportunidad, puede que la única, de disfrutar como personas normales de la vida real (o como la futura reina dice en la misma película, “como la gente ordinaria”).

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Y aquí el problema del que hablaba antes. La cinta se ve con agrado, resulta en ocasiones divertida, en otros momentos emotiva; bebe de las aguas de la screwball comedy y de la comedia romántica; está magníficamente interpretada (destacan Sarah Gadon, capaz de pasar con rapidez extrema de la altivez propia de quien se sabe superior con la inocencia adolescente de quien siente por primera vez determinadas situaciones vitales, y una Bel Powley que se come todas sus escenas con facilidad pasmosa), y con unos secundarios de lujo. Una película fácil de ver, pero en la que las tensiones sociales de la época no están bien reflejadas, y en la que es más que evidente la defensa a una institución arcaica (de la que incluso se llega a destacar su superioridad moral y de todo tipo por encima del común de la plebe). Y, por ahí, sí que no.

Son evidentes también, en este sentido, las reminiscencias del clásico Vacaciones en Roma, aquella joya en la que una princesa se escapaba para disfrutar de la ciudad de modo anónimo, como aquí ocurre. Aunque allí, al menos, Wyler tuvo la decencia de hacer que Audrey Hepburn fuera princesa de un país inventado.

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