Vacío absoluto

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Película RegresiónREGRESIÓN

Seis años ha tardado Alejandro Amenábar en rodar su nueva película desde que estrenara Ágora. Y visto lo visto con esta Regresión, o bien necesitaba mucho más tiempo, o bien se ha pasado todo este tiempo procrastinando y lo ha terminado haciendo todo deprisa y corriendo en los últimos meses. El resultado de esta película sobre sectas satánicas lo demuestra. Una película en la que nada, absolutamente nada, destaca.

{xtypo_rounded3}España-Canadá, 2015 (105′)
Título original: Regression.
Escrita y dirigida: Alejandro Amenábar.
Producción: Alejandro Amenábar, Fernando Bovaira, Christina Piovesan.
Fotografía: Daniel Aranyó.
Música: Roque Baños.
Montaje: Carolina Martínez Urbina.
Intérpretes: Ethan Hawke (Bruce Kenner), Emma Watson (Angela Gray), David Thewlis (Profesor Kenneth Raines), Devon Bostick (Roy Gray), Dale Dickey (Rose Gray), Kristian Bruun (Andrew), Aaron Abrams (Farrell), David Dencik (John Gray), Adam Butcher (Brody), Lothaire Bluteau (Reverendo Murray).{/xtypo_rounded3}

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Y es que Regresión es aburrida, muy aburrida. Con una factura pobre, mal escrita y peor dirigida, más que una obra fílmica, es un telefilme de sobremesa de fin de semana. Y uno de los malos. Ni siquiera su plantel protagonista, que en otras ocasiones ha demostrado talento y valía, puede levantar esta historia. Aquí, Ethan Hawke, Emma Watson y David Thewlis son cartón-piedra, con actuaciones poco creíbles, y donde sus actos no tienen sentido. ¿Y qué decir de esos secundarios de relleno y completamente estereotipados?

Inspirada en hechos reales, la trama se sitúa en el medio oeste estadounidense, a principios de los años noventa. Allí, el detective Bruce Kenner investiga las acusaciones de una adolescente, Angela Gray, que acusa a su padre de abusos sexuales. Kenner, con la ayuda del psicólogo Kenneth Raines, se encontrará con que detrás de todo hay una oscura secta (que llega a todos los rincones de la sociedad local) contra la que deberá luchar.

Lo que supuestamente es una cinta de terror (así se vende), no provoca miedo en ningún momento. La oprimente atmósfera, que tan bien ha sabido crear el director en otras cintas, aquí no aparece. Y lo peor es que en muchos momentos se escapa una risa floja de incredulidad. Eso, claro, en el mejor de los casos. En el peor puede provocar un cabreo monumental en el espectador al ver que todo lo que está viendo no es más que un desastre de un calibre descomunal. Pero claro, como viene de quien viene, uno mantiene la esperanza de que se acabe arreglando al final. Pero no, eso no pasa.

Amenábar está desconocido, irreconocible. Nunca ha sido un autor mayúsculo, aunque sí ha demostrado solvencia en su trabajo como director (como guionista, funcionaban mejor sus obras junto a Mateo Gil -si bien Abre los ojos tenía innumerables agujeros- que las suyas propias) pero aquí es desconcertante. Las piezas no encajan y lo que nos presenta es un batiburrillo de ideas y de citas a otras cintas del género (algunas muy evidentes, como la de El resplandor), pero dando la sensación de vaivenes, de no saber muy bien hacia dónde ir, ni como. Porque el problema es que, en realidad, una vez planteado el problema, la trama no avanza, hasta llegar a una resolución que se presenta de modo precipitado y más que previsible desde el principio de la historia.

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