Conjugaciones

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(Marcos 10, 2-16) El matrimonio cristiano ha de conjugar el verbo “amar”; ese es el horizonte de convivencia al que aspiran los novios y las novias que se acercan a la Iglesia con sinceridad a vivir desde la fe su proyecto de vida. Ni “convenirse”, ni “aguantarse”; “amarse”.

La consistencia de la vida en común de los matrimonios tenía antes muchos puntos de apoyo: la mujer dependía económicamente del varón; los familiares más allegados servían de bálsamo en los momentos de conflictos; se valoraba la influencia negativa de la separación en los hijos; etc.; todos eran apoyaturas para que en los momentos de crisis matrimonial se buscara una solución; o, muchas veces, razones para que la mujer aguantara todos los “carros y carretas” que vinieran. En la sociedad de más de hace 30 años muchas mujeres conjugaron el verbo “aguantar”.

Hoy, la relación matrimonial se basa en la madurez progresiva del amor y del afecto mutuo. Es mucho más sincera que antes; pero, tiene más riesgos de deteriorarse o romperse, generando muchos sufrimientos e insatisfacciones: muchos adolescentes desorientados ante los sucesivos “novios” y “novias” de sus padres; muchos adultos patinando en una vida de adolescentes; muchas personas mayores solas, sin el consuelo de que fue la oscura muerte y no el helado desprecio la que las dejó sin compañía, ni los tiernos recuerdos pueden venir a consolarlos.

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Cada cierto tiempo, cada mes, varias veces al año, los matrimonios cristianos tenéis que “ajustar” y “reparar” vuestra relación. Pedid a las parroquias que os ayuden, si es necesario. Una vocación hermosa (“yo me entrego a ti, y prometo serte fiel”, “seréis los dos una sola carne”) necesita atención y cuidados.

 

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