Se sobrecogió el público que, abarrotando aceras y balcones, se congregó el pasado Sábado Santo a las siete y media en la Plaza de José Antonio para ver, a pesar de los rumores de que este año no salía, el singular entierro que puso broche a esta Semana Santa de 1962.
“¿Hay algo peor que la soledad, el vacío que deja la falta de un ser querido?” Esa pregunta formula José Caro en su artículo de la Revista de Semana Santa de este año para referirse a la Virgen de la Soledad, con traje negro y manto negro, andas plateadas, palio sencillo, sobrio, severo, lágrimas en los ojos, con su andar doloroso por haber perdido a su hijo.
Por delante, severos nazarenos negros con cinturón de esparto escoltaban la urna en plata repujada del Cristo Yacente. La música de capilla que le acompañaba (un oboe, un clarinete y un fagot) entristeció el ánimo, con sus acordes fúnebres, de todos los presentes en la plaza.
En la imagen, tomada a la salida de la procesión a la altura del Ayuntamiento, vemos a la niña Rocío Fernández Doval que, aprovechando que es rubia con los ojos azules (condición recomendable), ha salido este año representando la figura alegórica de la Fe. Tampoco faltaron la Esperanza, la Caridad, la Verónica y las tres Marías.
