Von Trier arma jaleo

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Nymphomaniac (Parte 1)

NYMPHOMANIAC (PARTE 1)

Tras armar mucho ruido en los meses previos a su estreno, haciendo que el deseo durante la espera fuese aumentando, llega la primera parte del último trabajo del polémico Lars von Trier, que demuestra que es un polemista nato, que puede vender cualquier cosa, y que todo lo que se había dicho en un principio de esta Nymphomaniac no era más que propaganda, en parte falsa, para vender la cinta.

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{xtypo_code}Dinamarca-Alemania-Francia-Bélgica-Reino Unido, 2013 (122′)
Escrito y dirigido: Lars von Trier.
Producción: Louise Vesth.
Fotografía: Manuel Alberto Claro.
Montaje:  Morten Hojbjert, Molly Marlene Stensgaard.
Intérpretes: Charlotte Gainsbourg (Joe), Stellan Skarsgard (Seligman), Stacy Martin (Joven Joe), Shia LaBeouf (Jerôme), Christian Slater (Padre de Joe), Uma Thurman (Sra. H), Sophie Kennedy Clark (B), Connie Nielsen (Madre de Joe),  Nicolas Bro (F), Felicity Gilbert (Liz), Clayton Nemrow (Hombre casado en el tren), Hugo Speer (Sr. H).{/xtypo_code}

Nos habían hablado de altas dosis de escenas de enorme contenido sexual entre los intérpretes, que algunos de ellos estaban negándose a rodar algunas escenas, pero la realidad (al menos en esta primera parte), no es para tanto. Cierto que hay sexo, pero esto tampoco es nuevo en el director danés. No hay más que recordar el final de Los idiotas.
La cinta nos cuenta la historia de Joe, una mujer cercana a las cincuenta, a la que Selinger encuentra tirada en un callejón un frío día de invierno después de que le hayan dado una paliza. Decide llevarla a su casa y cuidarla. Y ella, que se autodiagnostica como ninfómana, le cuenta su azarosa vida a través de ocho capítulos (cinco en esta primera entrega), repleta de encuentros, asociaciones e incidentes.

La película deja sentimientos encontrados. Uno tiene la sensación de que la vida de la protagonista (en esta parte, más que Charlotte Gainsbourgh, que aparece como cabeza de cartel, la protagonista indiscutible es su alter ego joven, la bellísima Stacy Martin), más que erótica, es triste, y un halo de melancolía (título de la anterior cinta del danés, por cierto) recorre toda su existencia, y se refleja en su rostro. Tiene imágenes poderosas, el trabajo visual es magnífico siempre en Von Trier (aquí la cima la alcanza en el capítulo cuarto, un ‘Delirio’ en blanco y negro fantástico); pero los personajes son lineales, no evolucionan, lo que hace que sea difícil identificarse con ellos.

También está ese coqueteo con la prostitución (la chica ‘empieza’ su carrera sexual luchando con una amiga por ver quien gana una bolsa de chocolatinas); y (externamente a la cinta en sí) esa censura autoimpuesta, que ha convertido una cinta de más de cinco horas en dos que no llegan a las cuatro, y que hacen pensar que lo de Von Trier ha sido publicidad engañosa, o una obra maestra de marketing para garantizar una taquilla a su película.

 

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