Entre el desencanto y el autoengaño

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( Mateo 13,1-9)  no es fácil mantenerse en la esperanza lúcida y realista ante la propia vida. ¡Cuántos sueños rotos! ¡Cuántas ilusiones frustradas! ¡Cuántos proyectos que sabemos que no podrán realizarse!

Hay veces que, ante la crisis de la realidad que todos sufrimos de vez en vez en nuestra vida, tomamos el camino fácil y autodestructivo del desencanto. El de abandonar lo mejor de nosotros mismos para abrazar un posibilismo que mata nuestra alma, que sólo vive de verdad por los grandes amores: el amor por la vida, por la justicia, por la belleza, por la verdad, por alguien que me comprende, por Dios.

 

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Otras veces nos encaminamos por el autoengaño y somos capaces de vernos solidarios por dar un euro al negro del semáforo, de vernos justos por escuchar una u otra cadena de radio, de creernos cristianos sin que el seguimiento de Cristo configure de verdad nuestra vida.

Reconoce de verdad las mediocridades de tu vida. Sólo en ese reconocimiento puede surgir una vida que te llene. Nunca desesperes ni de la solidaridad ni del amor. Ya sé que eres sólo una pobre persona y que lo único que puedes hacer es sembrar. Pues siembra, sintiendo el sol en tu espalda y el viento del Espíritu en tu rostro.

 

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