Los afectados por las enfermedades raras luchan por su divulgación

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    Enfernedades RarasEl delegado andaluz de la Asociación de Parapesia Espástica Familiar reside en Dos Hermanas

    Si su hijo anda raro o nota que para caminar tiene que vencer una cierta resistencia en las piernas, y no es un mensaje tremendista, no se conforme con los diagnósticos socorridos de: “sólo quiere hacerse notar” o “es su forma de caminar”, sino que debería buscar el diagnóstico de un neurólogo especialista para que le confirme o descarte una PEF.

     ¿Qué es una PEF? Es una de las enfermedades denominadas comúnmente como rara, la Paraparesia Espástica Familiar o enfermedad de Strümpell-Lorrain. Un grupo de enfermedades neurológicas hereditarias caracterizadas por la paraplejia o debilidad progresiva y la espasticidad o rigidez del tono muscular en las piernas.

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    Según los expertos, la edad de aparición es muy variable, dándose casos de aparición precoz y otros bastante tardíos, en la octava o novena década. Sin embargo, lo normal es que los síntomas, que suelen desarrollarse gradualmente, lentos e insidiosos,  aparezcan al comienzo o mediado de la edad adulta, entre los 20 y los 40 años.

    Las manifestaciones iniciales de esta enfermedad suelen ser la rigidez y debilidad relativamente leve de los músculos de las piernas, dificultades para mantener el equilibrio, fallos en la marcha, caídas sin causa aparente y una marcha extraordinariamente torpe.

    La Paraplejia Espástica Familiar se puede clasificar en dos subtipos fundamentales: la primaria o simple, cuando se da como un hecho aislado, o la complicada, cuando aparece asociada a otras alteraciones neurológicas, como espasmos, calambres, atrofia muscular moderada, demencia o epilepsia.

    Sin tratamiento
    Al tratarse de una enfermedad con una incidencia cuantitativa no muy elevada, existe una falta de conocimiento en los profesionales de la medicina, con lo que actualmente no existe un tratamiento curativo ni capaz de enlentecer la evolución de la enfermedad. El tratamiento sintomático consiste en el control de síntomas y medidas de apoyo como la fisioterapia.

    Los enfermos apelan a la investigación médica, ya que al tratarse de una enfermedad genética hereditaria es necesario tomar medidas eficaces para evitar que se transmita a los descendientes, multiplicando de esta forma el número de afectados.

    Además, esto conllevaría el descubrimiento de un tratamiento eficaz para que no se vea disminuida la calidad de vida de los afectados. Según ellos mismos, existen investigadores de prestigio internacional que estarían dispuestos a venir a España, de manera gratuita, pero se ven incapaces de sufragar los gastos de desplazamiento y estancia.

    La unión hace la fuerza
    Para Ángel Gil Fernández, vecino de Dos Hermanas desde hace año y medio y empleado del Ayuntamiento, el calvario empezó a los siete años cuando comenzó a sufrir estos síntimas. Por entonces, comenta Gil, “el diagnóstico de los médicos era tan desconcertante como que: su hijo no tiene nada de huesos, pero le pasa algo”. Tendría que esperar dos años de numerosas pruebas dolorosas para que en el Hospital Virgen del Rocío le mencionaran por primera vez el nombre de su enfermedad, tras descartar todas las opciones posibles.

    Pero sería finalmente a los 19 años cuando en Madrid, mientras estudiaba la carrera de Periodismo, un neurólogo comenzara a desvelarle los primeros datos de su dolencia. Atrás quedaban visitas infructuosas a los traumatólogos e incluso a recurrir a la medicina alternativa, que, como comenta Ángel, “estabilizó la enfermedad pero no la atajó”.

    La curiosidad que tenía Ángel de saber si había más personas en su mismo caso lo llevó en el año 2001 a ponerse en contacto, una vez instalado en Sevilla, con la Federación Española de Enfermedades Raras, donde le confirmaron “que no conocían a nadie con esa enfermedad”. Tres meses después, comenta Ángel, recibió una llamada, “diciéndome que existía el caso de tres miembros de una familia en Cádiz y otro en Almería”.

    Tras ponerse en contacto con ellos y tras varios encuentros, en el año 2002 deciden agruparse en una asociación que Ángel presidió durante dos años y de la que ahora es delegado andaluz. De 19 miembros iniciales, apunta Gil, “contamos ahora con más de 300 socios”. La Asociación Española de Paraparesia Espástica Familiar tiene como fin llenar ese vacío informativo que sufrieron sus fundadores cuando nadie supo explicarles lo que les pasaba. Para ello, son muchas las conferencias y jornadas informativas que realizan, así como la información trasmitida desde su página web http://es.geocities.com/aepef/.

    En estos momentos, la mayor preocupación de los integrantes de esta asociación es, comenta Ángel, “llevar a cabo contactos con políticos y con la administración sanitaria para formar a los médicos de atención primaria para que puedan detectar la enfermedad en los niños y mandarlos a un especialista. Los tratamientos en casos precoces tienen mejores resultados. Asimismo, quieren recaudar fondos para lanzar una campaña formativa e informativa en la ciudad para llamar la atención y poder atajar su expansión.

    La sede de esta asociación reside en Madrid, aunque cuenta con delegados en todos los puntos de España. Para las personas que se identifiquen con este problema y quieran ponerse en contacto con la asociación, Ángel no duda en ofrecer su número de teléfono, 630 53 24 75, para resolver cualquier de duda.

    No existen datos concretos
    En España no existe un estudio para cuantificar a los enfermos de PEF. En Francia, sin embargo, sí se ha hecho un sondeo que ha revelado que el porcentaje de afectados está en un 30 por millones de habitantes. Siguiendo esos datos, los socios de la Asociación Española de Paraparesia Espástica Familiar han estipulado que en todo el país pueden existir 4.000 enfermos de sus 44 millones de habitantes.

    En Dos Hermanas, Ángel solo conoce a otra chica con esta enfermedad, aunque reconoce que es capaz de detectar por la calle otros casos que, seguramente, no son conscientes de su problema.
    Según Ángel Gil la vida de un enfermo de PEF no es normal, ya que desde que te levantas “no te vistes como una persona normal, tienes más peligro en la ducha, y conduces un coche adaptado”.

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