Jesucristo y la Eucaristía

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(Mc 14, 12-26)

No son pocas las veces que en el evangelio los pobres son puestos como modelo de conducta, de comportamiento y de vida interior. Jesús pone de ejemplo la limosna de la viuda pobre, al  criado que nunca se cansaba de servir, a la pobre mujer cananea que por amor habló con serena severidad a quien suponía un hombre de Dios.

El evangelio de hoy nos muestra uno de esos casos en los que la actitud de un mendigo ciego se pone de ejemplo a todos los creyentes. Sentado al borde del camino después de mucho tiempo sufriendo y limosneando para poder sobrevivir –como nosotros…–, escucha Bartimeo un tumulto de gente en la que escucha que está Jesús el nazareno. Los sufrimientos no le habían quitado la esperanza y grita con desesperación a Jesús mismo, no busca intermediarios, quiere encontrarse con Jesús en persona. Ni la recriminación de la gente piadosa, tan propensa siempre a defender a Dios de los pobres y a pensar que los pobres no le importan a Dios, lograban callarlo: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” –gritaba una y otra vez como una letanía, como la consigna de una manifestación.

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Cuando Jesús quiso ver y escuchar al ciego todas las condenas se cambiaron, ya no era algo incómodo, ya no había actuado con falta de deferencia, ya no estaba distorsionando la misión del maestro. De un salto busca a Jesucristo sin verlo, la necesidad y el oído lo orientaban; ahora sí, la gente lo conduce hacia él. Delante de Jesús escucha algo sorprendente: “¿Qué quieres que haga por ti?; le pregunta a él, a un mendigo ciego al que nadie respeta, qué quiere que haga por él. Jesús no lo trata como un  objeto de lástima ni de caridad, lo trata como un sujeto, como una persona con sentimientos e ideas propias que puede dirigir su propia vida. Y Bartimeo pide a Jesús lo que más falta le hace, que no son un par de dracmas para echar la semana, ni una manta nueva con la que cubrirse del frío, ni un techo para su choza destrozada; Bartimeo le pide ver para ser un hombre nuevo. Lo primero que ve cuando es curado es el rostro de quien le ha dado la salud y su aprecio. Por eso no duda en convertirse en un discípulo más del grupo y seguirlo por el camino.

Hoy no hay muchos que quieran seguir a Cristo, de verdad y abiertamente, en el camino de su vida. Seguramente porque a pocos nos habrá hecho el favor de escucharnos y darnos vida… Además esto de aprender de los pobres sería con los pobres del tiempo de Jesús, que de los pobres de hoy no podemos aprender nada…

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