A finales del siglo XIX, carecía Dos-Hermanas de cualquier tipo de institución sanitaria. No existía ningún hospital que pudiera atender a una población que en aquel entonces rondaba los 7.000 habitantes. Recordemos que la primera casa de socorro que hubo en nuestra villa abrió sus puertas en la plaza de Alfonso XII (los populares ‘Jardines’) en mayo de 1902.
Sí se dieron varias iniciativas tendentes a crear hospitales (como la encabezada por el párroco don Antonio Romero Montes en diciembre de 1893), pero todas ellas se toparon con la férrea negativa de la administración local, siempre falta de fondos. No quedaba más remedio que acudir a los hospitales sevillanos. En esta ocasión hablaremos del intento de fundación en Dos-Hermanas de un manicomio o ‘casa de dementes’, según la terminología de la época. De haber llegado a buen puerto, habría sido el primer centro psiquiátrico creado en nuestra localidad. Pero las circunstancias no fueron del todo propicias……
En el último tercio de aquel siglo, vivía en la ciudad de Sevilla un rico comerciante llamado Saturnino Fernández de la Peña, un filántropo convencido con ganas de realizar obras benéficas y caritativas. En un momento dado quiso abrir un manicomio, ya que en la capital hispalense escaseaba este tipo de centros, y en una época en la que aquellos que poseían algún tipo de enfermedad psíquica eran tratados poco menos que “apestados”.
Comenzó pronto la ardua tarea de buscar una sede para el manicomio. Lo ideal (y la solución más económica) sería adquirir un edificio amplio y no construirlo desde los cimientos, pues esto último encarecería el proyecto. Pero pasaba el tiempo y no encontraba inmueble alguno que fuese conveniente. De repente, fijó su interés en una finca espaciosa situada en pleno centro de Dos-Hermanas: la hacienda de la Mina Grande, propiedad del duque de Fernán Núñez, que en ese momento era don Manuel Falcó y Osorio. Pero Saturnino Fernández no conocía en persona a tan importante aristócrata, por lo que pidió intercesión a su amigo José Luis Albareda, ministro de Fomento, que sí conocía al duque.
El 27 de marzo de 1882, Saturnino envió al citado político una carta, en cuyo inicio expone a las claras sus intenciones: “Mi más distinguido y querido amigo […]. Hace tiempo que solicito lugar apropósito para establecer una casa de dementes en Andalucía (sin duda también a mí se me ha desconcertado el cerebro) y con tal propósito me he dirigido a algunos títulos antiguos nobiliarios, que son los únicos que poseen fincas a propósito; más con todos he tropezado con el inconveniente de sus administradores, a quienes por regla general no conviene la enagenación de los bienes y para poder llegar a mi caritativo fin se hace indispensable que me valga de personas íntimamente relacionadas con los títulos, como me consta que lo está Vsted con el Excelentísimo Señor Duque de Fernán-núñez, que posee una casa en Dos-Hermanas”. Tras esta larga exposición, viene su petición: “le agradecería le pidiese una nota de los bienes que posee en Sevilla, Dos-Hermanas y sus inmediaciones, para en vista de esta nota hacerle oferta, ya por cantidades determinadas, ya por un tanto de capitalización, si es que le conviene vender”. Concluye la misiva de esta llamativa manera: “Aproxímase la Semana Santa y la Feria y escuso repetir a Vsted que en esta su casa, hay para Vsted una cama y un cubierto y una voluntad tan grande como el talento de Vsted”. Se trata de un claro ejemplo de la máxima latina ‘Do ut des’ (doy para que me des).
Al poco de leer la carta de su amigo sevillano, el ministro Albareda envió las siguientes líneas al duque de Fernán Núñez: “Mi distinguido amigo. Me permito enviar a Vsted adjunta una carta de mi amigo don Saturnino Fernández, rico propietario de Sevilla, y agradeceré a Vsted mucho tuviera la bondad de indicarme lo que puedo contestar a dicho Señor, puesto que el asunto de que trata pertenece exclusivamente a Vsted”.
El asunto continuó su marcha y, al poco, el administrador de la mencionada casa ducal, a la sazón Mariano Cadenas, redactó aquella nota que solicitaba don Saturnino, en la que la hacienda de la Mina Grande, con sus más de 266 aranzadas de tierras, quedaba tasada en 98.992,25 pesetas, una cantidad más que considerable. No conocemos cuál fue la reacción del filántropo sevillano, pero es fácil adivinar. Aquel precio hacía inviable el proyecto, que pronto caería en el más completo olvido. De esta forma, Dos-Hermanas perdió la oportunidad de contar con un centro psiquiátrico.
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Foto del mes
En esta ocasión, publicamos esta poco conocida fotografía conservada en la Fototeca de la Universidad de Sevilla. Se trata de una vista de la fachada principal de la histórica hacienda de la Torre de Doña María, propiedad, desde 1895, de la familia Ybarra. La fotografía fue tomada por González-Nadín en 1928, poco después de que el arquitecto sevillano José Gutiérrez Lescure le diera el aspecto mudéjar que todavía hoy podemos observar. Por tanto, es falsa la idea generalizada de que esta hacienda tuvo desde sus orígenes ese estilo musulmán que vemos. Gutiérrez Lescure, entre otras cosas, añadió las almenas que recorren la hacienda (salvo las de la torre defensiva que da nombre a la finca y que podemos apreciar en la instantánea) y el arco de herradura de la puerta principal. Pero, ¿cómo era el aspecto primitivo de la hacienda de la Torre de Doña María? El grabado que presentamos nos saca de dudas. Grabado que fue publicado en el diario sevillano El Liberal el 8 de julio de 1899, y cuyo valor histórico es más que importante. Se puede ver cómo la puerta principal era, en su origen, adintelada, mientras una serie de merlones sirios coronaban los muros (mucho más altos) de la fachada principal. Y las palmeras que actualmente están justo delante de la fachada tampoco existían a finales del XIX.
