Como el rayo

0
- Publicidad -

(Lc 7, 36ss) «Hasta ese momento yo estaba seguro de ser, no sólo una persona religiosa buena. Cumplía todas las normas, me sabía apreciado por las personas de bien, me preocupaba de estudiar las Escrituras y de hacer algún acto de caridad. Todos tenemos algo que reprocharnos, pero nada grave, nada vergonzoso, nada contrario a la Ley de nuestros mayores.

Ese día estaba especialmente orgulloso. El Profeta de Nazaret estaba invitado a comer en mi casa. Muchos teníamos curiosidad por escuchar su mensaje, por ver si era verdad esa autoridad que nos decían que tenían sus palabras. Ni yo, ni mis amigos pensábamos que nos iba a decir nada nuevo.

Su mensaje podía ser más espiritual o más político que el de otros predicadores, pero ya todo está inventado… Cuando dialogábamos con él vino aquella mujer. Yo la despreciaba con razón. Pero él la aceptó a su lado, dejó que lo tocara; y la perdonó. Al ver nuestra cara de sorpresa me propuso una pregunta: «¿Cuánto amas, Simón?». Al principio aquella pregunta fue una frase más en medio de una conversación larga. Después fue resonando en mi corazón, como trueno que no cesa, descubriéndome que sólo me quiero a mí mismo, a mi honor, a mi buen nombre, a mi comodidad, a mis ideas… Todo lo quiero en función de mí. Descubrí mi enorme egoísmo de persona aparentemente religiosa y honrada, aparentemente justa, pero en el fondo insensible como una roca.

- Publicidad -

Desde entonces me acompaña un sentimiento profundo de indignidad y vergüenza; no por ningún acto reprobable, sino por mi insensibilidad ante el dolor y la alegría de mis hermanos. Es entonces cuando, como lluvia suave, me anega su misericordia.»

- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí
Captcha verification failed!
La puntuación de usuario de captcha falló. ¡por favor contáctenos!