Adolescentes

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(Lucas 2, 41-52) IMAGINATIVOS, creativos, irascibles y rebeldes; inocentes, cabezones, pesados e independientes; asustadizos, inseguros, alocados, imprudentes; inteligentes, perspicaces, sensitivos; gregarios y sensibles, incrédulos y confiados, osados y timoratos; adolescentes…

La adolescencia no es sólo la edad en la que los padres más temen por sus hijos y más “temen” a sus hijos; es la edad donde se forjan las ilusiones y los ideales, donde la persona va poniendo las bases de su personalidad; donde se deciden, aun sin saberlo, los límites que cada uno va a tener en su vida. Adolescencia es necesidad de ser abrazado sin que te sujeten, de ser uno mismo sabiendo que Alguien está cerca.

Jesucristo también fue adolescente. Y más de una preocupación le tuvo que dar a sus padres afirmando prematuramente el camino que había de tomar en su vida. “Igual a nosotros en todo, excepto en el pecado”.

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La adolescencia de los hijos hay que pelearla; también hay que prepararla. Es muy importante educar a un niño en la humildad. Educarlo en el reconocimiento sereno de sus errores, en el saberse un miembro más del grupo en el que está, en saber que Dios los llama a una misión que ha de descubrir. Dicen los que estudian estas cosas que los niños necesitan amor, normas y un horizonte hacia el que caminar; sentirse acogidos con una sonrisa y un abrazo, poder cumplir con sus tareas concretas, saber que llegará un día en que puedan servir a los demás.

Siempre somos niños, pero nuestro corazón es un eterno adolescente. Por eso, cada día, rezamos el Padrenuestro.

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