Vida y Esperanza nuestra

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(Marcos 21, 25-36) AQUÍ LOS INMIGRANTES ya son simplemente vecinos. Los niños de ojos rasgados, de piel cobriza o chocolateada, de rizos naranjas y pecas, juegan con los de piel más o menos blanca o tostada como la de nuestros hijos. Nos une un mismo barrio y unos mismos problemas. Nos unen unas mismas ilusiones y la necesidad de buscar juntos un futuro mejor. Como todavía no han llegado los fríos del invierno las plazas son escaparate multicolor de vida y esperanza. Una pelota saltarina los une en el juego y hace latir los corazones al mismo ritmo.

Una señora musulmana, al pasar por delante de la puerta de la parroquia, hace siempre una inclinación de respeto ante el lugar en que muchos se abren a la presencia del Misericordioso.

Signos de vida y esperanza si se miran con ojos de Madre.

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Pero hay muchas dificultades que vivir con fortaleza y amor.

Cuando salimos a la calle todos presentamos lo que queremos que se sepa, pero sigue habiendo situaciones difíciles y complejas. De puertas adentro todos tenemos insatisfacciones y desajustes. Cuántos jóvenes en paro, sin expectativas de futuro, sin cauces en los que expresar sus ansias de vivir y de crear. Cuántos ancianos y enfermos viviendo en soledad. Cuántos niños a los que se les priva de la experiencia de trascendencia y profundidad que enraíce su vida en el amor. Cuántas personas buscando amor en la superficie, donde sólo encuentran peces pequeños y medusas…

En nuestra vida hay muchos signos contradictorios. Los hay hermosos, que nos ilusionan; los hay oscuros que desvelan nuestras sobras. Pero en lo profundo, porque somos personas, la Palabra de Dios va haciendo brotar una bondad y una gracia que tienen el poder de donar a nuestra vida Sentido.

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