Inquietud de conciencia

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(Lucas 3,1-6) – PADRE, quiero confesarme. ¿Podría ahora?

– Claro, Juan. Pero dime, ¿por qué quieres confesarte?

– Es que quiero tranquilizar mi conciencia…

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– ¡Pero ese no es un buen motivo para confesarse! Los cristianos no somos personas de conciencia tranquila; somos personas de conciencia inquieta. Con el sacramento del perdón crecemos en paz interior, hay muchas situaciones en la vida, extraordinarias y cotidianas, que necesitamos expresar en la confesión para vivir en paz, pero la persona que quiere vivir la fe en Cristo en profundidad nunca va a quedarse tranquila. El amor nos inquieta. El que ama sufre con el que sufre; el que ama busca siempre cómo amar con más entrega y sinceridad. No te confieses para quedarte tranquilo.

– Pero Padre, ¿y mis pecados? Yo he faltado el respeto a mis padres, y me duele; también quiero confesar lo de siempre… no he estudiado lo bastante y he pecado en la sexualidad.

– Es muy bueno que te hayas dado cuenta de tus errores; sólo quien quiere caer en la cuenta de ellos crece como persona. Pero esta tarde dedícale un rato a dialogar con Jesús sobre qué es lo que te pide en este momento. La conversión no es dejar de ser débil. Convertirnos es abrir nuestro corazón a Dios para que nos muestre el camino de entrega que nos pide y nos de la fuerza necesaria para recorrerlo.  Mira tu vida con los ojos de Dios, verás cómo te quiere, qué te está pidiendo en este momento y de qué manera te inquieta y te pide ser generoso y valiente. Vente mañana y celebramos, con mucha más verdad, el sacramento. Vente mañana, Juan Corazón Inquieto.

– Eso que me dice es hermoso; mañana vengo sin falta.

 

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