Enseñando a mirar

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(Marcos 12,38-44) FRENTE AL Templo de Jerusalén, la institución que acumulaba más riqueza a costa de los pobres de todo el oriente, Jesús les enseña a sus discípulos a mirar la realidad. Les hace caer en la cuenta de que aquellos que tenían fama de dirigentes sabios y prudentes, vestían con ropas caras, se afanaban por ser los primeros, banquetean cada día espléndidamente y se quedaban con los dineros de las personas más pobres.

También, les hace mirar con atención a una mujer pobre, viuda y sin recursos, que estaba dando el dinero que le quedaba para agrandar aquel tesoro, para dispendio de aquellos dirigentes injustos. De los primeros señala su iniquidad, de la segunda su inmensa generosidad.

También nosotros tenemos que aprender a mirar la realidad. Y, sin mucho esfuerzo, descubriremos quién ha empobrecido inicuamente a nuestro pueblo. Sin mucho esfuerzo veremos a los ricos de siempre que querían ser más ricos, especulando y estafando a las familias sencillas; abogados y economistas de prestigiosas familias que se hicieron inmensamente ricos en el curso de unos pocos años. También veremos a políticos que, con agradables palabras en los labios, buscaban perpetuarse en el poder para seguir medrando y siendo los primeros; veremos que hablando de progreso nos hundían en una inhumana tasa de paro, con familias sin vivienda y una generación de jóvenes sin futuro.

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Pero criticar, sin más, nada construye. Necesitamos empresarios y políticos, discípulos de Cristo, que pongan todas sus capacidades al servicio de su pueblo. Sí, discípulos de Cristo. Qué fácil es manipular las grandes palabras; sin embargo, cuánto poder tiene, aquel que murió desnudo en la cruz para el discípulo. Por eso he dicho discípulos de Cristo, y no meramente cristianos.

 

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