Noche de luz

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(Juan 20, 1-9) Primero se hizo un fuego, una fogata en el centro de la plaza, y todos nos pusimos alrededor, como si en el fuego tuviéramos que quemar todo lo que nos estorba para ser personas. Pero cuando el sacerdote comenzó la oración era algo mucho más profundo y hermoso. En la noche de los siglos la luz de Dios hizo surgir el fuego, que dio origen al mundo; en la noche de la historia la resurrección de Jesucristo hizo surgir la esperanza que ilumina al mundo. Eso era lo que significaba, no una mera purificación de nuestras culpas, sino la plenitud que no nos atrevíamos a pedir.

Después cada uno fue tomando luz de la Luz del Cirio, de la Luz de Cristo, y poco a poco aquella plaza oscura se fue llenando, como cielo estrellado, de pequeñas luces encendidas. Todas eran pequeñas, pero todos juntos formábamos un río de luz que llenaba el corazón de esperanza.

Con nuestras pequeñas luces el templo se llenó de un resplandor hermoso, y un canto resonó entre el olor a flores recién cortadas: “En esta noche santa el mal ha sido vencido. En esta noche santa se ha hecho cautiva nuestra propia esclavitud. Porque el Padre ha hecho del amor de Cristo la última palabra de la historia”. Yo me emocionaba imaginando a Dios Padre acariciando a todos los niños cuya vida el egoísmo y la irracionalidad segó; contemplándolo mirar y sonreír a todos los postergados de la historia y llamándolos a la Vida y a la Dignidad que en la historia se les negó.

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Después contemplamos cómo la Creación y Abraham, Moisés y los profetas fueron abriendo el camino al oceánico amor de Jesucristo, entregado y resucitado, que es lo único que da sentido verdadero a todas nuestras luchas y afanes, que da plenitud a todo nuestro amor y nuestra libertad…

 

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