Primer ejercicio

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(Marcos 13,33-37) El adviento es tiempo de preparación de las Pascuas de Navidad. ¡Qué bonito nombre ese de “Pascuas”! La Pascua, por excelencia, es la muerte y resurrección de Cristo. Pero también en Navidad podemos celebrar que Dios Pasa a nuestro lado, como compañero y liberador, y que nuestro corazón está en Ascuas para recibirlo. Felices Pascuas, comenzaremos a decir en pocos días. Día feliz el que vivamos que Dios está entre nosotros siendo semilla de salvación.

Toda preparación requiere sus ejercicios. También prepararnos para las Pascuas ha de requerirlos. Te invito a que los hagas y te vayas preparando. Es el evangelio el que nos dirá qué ejercicios tenemos que ir haciendo. El del primer domingo de adviento nos invita a un ejercicio hermoso, a contemplar la vida.

Nuestra vida cotidiana, en la que intentamos cumplir buena y sensatamente con nuestras obligaciones, puede parecernos vacía y sin peso si no contemplamos en ella la presencia de Dios, que constantemente está viniendo. Puede ser que contemplemos la hermosura del Padre en una madre joven que acurruca a su hijo, como lo único importante en la vida; puede ser que contemplemos la fortaleza del Hijo en el trabajador que cada mañana nos encontramos camino del trabajo y que, como nosotros se vence a sí mismo para cada mañana seguir en la brecha. Puede ser que contemplemos el impulso del Espíritu en la imprudencia juvenil que, inconsciente de su propio egocentrismo, lucha por el bien y la verdad parcial que ha descubierto.

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Cada día de esta semana un momento, un gesto, una persona, una acción donde tocar la carne de un Dios que viene a la historia. ¿Difícil? Todos los comienzos lo son; pero ten por cierto que tu vida –como la de María— está llena de Dios. Vigila, que ahí está.

 

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