Se consiguió el objetivo.
Se sacaron las espinas.
Se cegaron las sordinas
asidas a una afición
que, al final de la Palmera,
pudo gritar que ya era
de primera división.
Afición, que eso es el Betis.
Colofón de un sentimiento
que se ancla en los cimientos
de la ciudad, su argamasa,
su marchamo, su alegría,
sus pobrezas, letanías,
sus tibiezas y su guasa.
Por eso ayer no ascendió
ni la afición extasiada,
ni la empresa apuntalada
en un proyecto a probar:
que ayer se cosió la Historia,
se remató la memoria
y ascendió media ciudad.
Eso, sí, eso es el Betis;
Sevilla en estado puro;
barrio, estandarte y escudo;
una mezcla de una cuerda,
que, aún perdiendo los partidos
siempre acude al conocido
“viva er Beti manque pierda”.
Pues ¡viva!, ¡que viva er Beti!
que eleve más a Sevilla
y que apunte bien su quilla
a cuanto busca, en esencia,
el bético aficionado:
que al trance del resultado,
le alcance la permanencia.