Gran Rey

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La enfermedad puede llegar a hundir a las personas ante la incertidumbre del futuro o engrandecerlas cuando su alma es generosa. Nuestro Rey pasó un trago difícil el verano pasado, felizmente superado. Nunca, en sus 35 años de reinado, había visto a Su Majestad —con mayúsculas— tan firme, tan convincente, tan seguro de sí mismo impartiendo vigor y confianza ante el reto de las turbias aguas en las que navegamos, como la noche de Navidad. A su lado, el belén cristiano, el belén de una familia judía refugiándose de la injusticia, era el símbolo más evidente de dónde estamos. Europa, y por supuesto España, o es fiel a sus raíces -raíces que no son excluyentes- y a sus tradiciones, o no será. Pues, como decía el sabio, todo lo que no es tradición es plagio.

Hace poco fui haber una representacio Navideña en un colegio y me quede maravillado por los niños y por lo que fueron capaces de hacer con la escasez de medios pero con inteligencia e ilusion.

Y esto es lo que necesitamos los españoles: ilusión, inteligencia y firmeza para salir adelante, tirando del carro los que podemos, y sabiendo que somos capaces de salir, como lo hemos hecho en otras épocas de nuestra historia más reciente.

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Ese viernes conocimos que, más que nunca, al frente de la nave del Estado seguirá estando, mientras Dios le ayude, Don Juan Carlos, el Rey de todos los españoles y de todos aquellos que han venido a nuestro suelo en busca de bienestar. Cuando comenzaron los primeros compases del himno nacional, al finalizar la navideña alocución, sentí una enorme tranquilidad frente a un futuro difícil pero esperanzador.

 

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