Al servicio del más débil

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LA AYUDA al necesitado es una constante en todas las corrientes religiosas del mundo. Tanto las religiones orientales como las de occidente tienen como una dimensión propia la preocupación por los débiles. Es lógico; cuando se descubre que la propia voluntad no tiene la última palabra, sino que forma parte de un proyecto de bondad mucho más grande y hermoso de lo que puede imaginar, se siente invitado a colaborar con la bondad y la armonía del mundo.

Jesucristo hizo de la atención al más débil, al enfermo, de la defensa al perseguido, un elemento radical de su propia vida. Cuando los cristianos lo hemos olvidado, hemos traicionado nuestra fe.

Quien considera que su voluntad no tiene que justificarse ante nada y ante nadie, se ve tentado de considerarse dueño de todo lo que tiene en sus manos. Los dictadores de todos los tiempos han hecho de su voluntad ley, sin detenerse ante ninguna razón, ni ante realidad alguna, por evidente que fuera.

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En nuestra cultura, orgullosa y autosuficiente, hemos caído en la tentación de creer que nuestra voluntad subjetiva y nuestra decisión propia, sin justificación de ningún tipo, pueden decidir qué persona tiene derecho a vivir y qué persona no.

Todo aborto es fruto de una situación inhumana, a veces muy complicada de enjuiciar. Pero una ley por la que la vida de un ser humano depende de la voluntad arbitraria de otro, es signo de una sociedad donde el totalitarismo del más fuerte ha sustituido a la solidaridad con el débil como signo de libertad humana.

 

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