¿Te sientes amado?

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(Juan 13, 31-35) A todos nos gusta sentirnos amados, es el oxígeno invisible que nos permite vivir y que le da verdadero sentido a nuestra vida. Hay muchos gestos pequeños que nos hacen sentir el amor.

Cuando una persona sonríe con bondad al verte, sin que te des cuenta, percibes el aprecio de su amor. Cuando se interesan por lo que te ocurre, por lo que estás viviendo, aunque no siempre puedas abrir tu intimidad, recibes amor. Cuando te escuchan con atención, respeto y afán de comprender la verdad que te mueve, aunque no se esté de acuerdo con lo que dices, va calando en ti el amor.

La confianza que alguien pone en nosotros para que realicemos tal o cual tarea un tanto difícil, es signo de su amor. El respeto a la libertad en la que vamos construyendo nuestra propia vida, incluso cuando nos equivocamos, es un signo de amor. El que se nos aliente a ser protagonistas de nuestra propia vida, a no apuntarnos acríticamente a proyectos de otro, es signo de amor.

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Quien a los pies del que sufre lo consuela y lo acompaña, es testigo del amor. Quien lucha contra la injusticia que hunde en la marginación a hombres, mujeres y niños, sin importarle contrariedades y problemas, está viviendo en el amor. Quien se atreve a decir la verdad mirando a los ojos, aunque no sea agradable de escuchar, sobre todo si señala nuestros errores y egoísmos, nos invita a vivir en el amor.

Acuérdate, aunque tuvieras todo el saber o dieras todo lo que tienes a los pobres, si no tienes amor no eres nada. No te preocupes, hay quien constantemente se te entrega en amor. ¿Pero tú cómo lo vives?

Mira qué hermoso lo que el propio Jesucristo dice de ti: “Mi discípulo escucha mi voz, y yo lo conozco, y me sigue, y yo le doy la vida plena y definitiva”. Es verdad que vendrán momentos duros, en los que tantos ruidos nuestros y de los demás nos dejarán sordos. Pero Cristo nos promete que nadie nos arrebatará de su mano, porque es Dios y nos quiere.

Todos tenemos que aportar nuestra melodía a la sinfonía de la verdad, que nadie te calle; pero que tu silencio te permita escuchar la melodía de los otros, y sepas cuándo hace falta la dulzura de tu flauta travesera (o quizás seas un profundo violonchelo… o un brillante conjunto de trompetas).

 

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