Dura misión

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(Marcos 10, 35-45) “No fue tan malo, Señor. Ya lo dice mi madre: las cosas son más el pensarlas que el hacerlas. Pero esto me ha costado trabajo, mucho trabajo. Hubiera preferido descargar sacos de un camión, aunque me explotasen; pero ni ese trabajo hay.
Me levanté antes que el sol; ya tenía el carrito “prestado” del hiper; y en cuanto empezaron las obras fui recogiendo todo lo que en la chatarrería me pudieran pagar.

Hoy no he robado nada, todo lo he pedido o estaba tirado; pero mañana no lo sé. ¿Qué casa tira para adelante con 40 euros que me han dado después de estar 14 horas andando de acá para allá? La bombona y la compra de lo más necesario y se acabó.

Pero lo más duro de todo el día era sentir cómo la gente me miraba. Eso pesaba más que el carro que empujaba, más que la chatarra que llevaba, más que los miles de pasos dados. Algunos de los amigos que me vieron se hicieron los despistados, se lo agradecí; otros me saludaron y me dieron ánimos, se lo agradecí más. ¡Qué duro es recoger chatarra para que coman tus hijos…! ¡Qué duro, Señor!

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Muchos habrán pensado que era un “enganchado”. Otros que me he dado a la bebida, o a la maquinitas. Menos mal que mis hijos son pequeños y no entienden; ¿qué dirían de su padre si supieran que recoge chatarra como el más despreciado de la gente? ¿Y Isabel? Dale fuerzas, Señor, que ella sí que sabe y entiende, y tendrá que aguantar los comentarios y las preguntas de algunas; a lo peor sólo las miradas de desprecio y superioridad, o de lástima. ¿Y mi madre? Cuánto no llorará cuando se entere, sabiendo que ya no puede ayudarme más.

Danos fuerza, Señor. Tú que te entregaste en la cruz por todos, danos fuerza”.

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