La sensatez no basta

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(Marcos 10,17-30) La sensatez no basta, parecen decirnos las lecturas de este domingo. Es necesaria, pero no suficiente. Sin la sensatez debida podemos caer en trampas y engaños que no deseamos. En nuestra vida familiar, en el trabajo, en el compromiso social o eclesial, necesitamos personas sensatas.

Analizar lo que ocurre con perspectiva y lucidez, ver las causas de lo que acontece, buscar cómo solucionar los problemas que nos preocupa… todo eso es necesario, imprescindible. Pero la sensatez, sola, no alimenta el corazón. Podemos ser las personas más sensatas del mundo y estar vacíos por dentro. Podemos ser el perfecto padre de familia, el perfecto compañero de trabajo, el perfecto cura, el perfecto amigo…; podemos estar contentos con lo que hacemos… y que nuestro corazón no esté satisfecho, que nuestras ansias de plenitud sean como fuego que arde sin consumirse.

Por eso, si es cierto que nuestra vida pende de nuestra sensatez, también es cierto que la ganamos con nuestras locuras. Con la locura de amor que nos lleva a entregarnos por entero y para siempre a alguien; con las locuras cotidianas con las que intentamos sorprender a los que queremos; con la locura atrevida, divertida, generosa, inconsciente, de entregarnos sin medida, de poner nuestro pecho al descubierto, de hacer, por amor, lo que sabemos que no se debe.

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Nuestro corazón siempre será adolescente, y todo adolescente necesita romper barreras, amar sin cortapisas, vivir al filo del absoluto, sentir el viento recio y contrario que nos indica que vamos por el camino adecuado; difícil, pero correcto; no para todos, pero sí el nuestro.

Dichoso serás si delante de Jesucristo, que te llama, dejas que te inunde su mirada y le entregas, sin reservas, tu sensatez.

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