Judas Iscariote

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Había nacido en Keriyyot, localidad cercana a Hebrón en la Judea, al sur de Jerusalén. Su nacimiento fue, pues, próximo en tiempo y espacio al de Jesús. Judas significa “elogio”, quizás se quiso anunciar un presagio, después fallido, de una personalidad importante. Fue llamado por Jesús como amigo y discípulo y en él depositó su confianza para llevar las cuentas de las limosnas remedio de los más pobres. Es contado como el número doce de sus compañeros seguidores del Maestro. Esta cifra se tiene como simbólica. Doce fueron las tribus de Israel, doce las piedras que mandó sacar Josué del Jordán que recordarían para siempre cuando se detuvieron las aguas, al paso de los israelitas y el Arca de la Alianza, antes de entrar a la conquista de la tierra prometida. El nuevo Israel.

Seis días antes de que Jesús fuera crucificado se encontraba Judas en Betania, lugar cercano a la ciudad sagrada, en casa de Simón el leproso. También estaban allí  Marta y Lázaro a quien Jesús le había devuelto a esta vida. Jesús descansaba entre ellos. Llegó María de Magdala con una vasija de alabastro lleno de ungüento de nardos, muy valioso, y lo derramó sobre Jesús. Judas se sorprendió. Pensó que era un despilfarro y que con el dinero de su valor se hubiera podido atender a muchos pobres. Juan el evangelista advierte en su escrito que no le importaban tanto los pobres como llenar la bolsa pues, dice, era ladrón y avaro. Jesús, no obstante, pidió que no estorbasen a María Magdalena en lo que hacía. Se advertía en el ambiente de los amigos y en el mismo Maestro la preocupación por los problemas temporales, pero sus compañeros no entendieron la perspectiva bajo la cual Jesús tomó esta actitud.

En la cena pascual Jesús disimula sobre quien le iba a traicionar. Judas debería hacer pronto lo que tenía que hacer. Jesús tiene la delicadeza de no denunciarlo delante de los demás, pero no esconde las terribles palabras cuando dijo que más le valiera no haber nacido aquel que le iba a entregar. Judas, sin embargo no tuvo ninguna duda de que Jesús lo sabía. Jesús le dio un trozo de la comida con lo que le indicó que era él quien le había de vender. Jesús respetó la libertad de Judas. Se acercaba, pues, la hora en que detendrían a Jesús, que se siente dignificado, glorificado, enaltecido, como quien en medio del dolor ve venir la misión cumplida. Va a ser capaz de negar la validez del viejo Israel, iniciar un camino que le proclamaría como príncipe de un pueblo nuevo, laico o de este mundo y religado a su Padre a la vez.   

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Cuando Jesús se retiró al huerto de Getsemaní con sus apóstoles la escena estaba servida para el arresto. Unos soldados vienen guiados por Judas que le besa para identificarlo. Jesús no opuso resistencia. Treinta monedas de oro fue el precio convenido con las autoridades judías, lo que se daba por un hombre  en el mercado de esclavos. Es el tiempo de las tinieblas, de los calabozos, de las vejaciones, del dolor y de la muerte. Judas escuchó del propio Jesús que le era llegada la hora. Jesús sabía que el beso de su amigo y discípulo era el final.

Judas se encuentra con su enorme soledad que le lleva al arrepentimiento. Entrega las monedas en el templo. Trató de anular la compraventa, pero no le fue admitido. Tampoco el dinero se echó en el tesoro del templo porque eran denarios de sangre. La contradicción y la angustia personal de Judas debió ser tan profunda que le llevó al suicidio. Judas se ahorcó. Su cadáver ya lejos de ser cuerpo, persona, cayó, se reventó y se le salieron las entrañas. Unas horas más tarde Jesús moriría para él.

Judas, aunque no perteneció al grupo de los nacionalistas zelotas, que se oponían a la dominación romana,  probablemente pensaba en la organización de un partido político-religioso para un futuro reino, establecido sobre las bases del poder, el dinero y la dialéctica en el que la figura de Jesús encarnara al líder indiscutible y él uno de sus mandatarios. Pero Jesús estaba en otra posición: hacer crecer, desde abajo, las cosas y las gentes, todo lo humano, hasta hacerlo divino.

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