Viaje a la conciencia. Una reflexión crítica sobre mi empresa

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En unos momentos de crisis, en mi empresa, bueno sólo algunos, se obstinan en seguir adelante con “el programa”, desde el que se promueve el precepto de que lo más importante para sus trabajadores no ha de ser conjunto de los valores humanos: la familia, la vida personal, la cultura, el enriquecimiento y crecimiento persona. Sino que lo único y primordial que ha de mantenerse fijo en la meta de éstos es la empresa, vivir para y por el mayor beneficio para ésta, y por lo tanto el trabajador debe dar su vida a la misma y sólo pensar en cómo hacer que ésta produzca el máximo posible. Por supuesto sin que este beneficio repercuta al trabajador más que en la dudosa certeza de que tendrá un trabajo estable.

Parece un cuento de terror que nos retrotrae a la época de la revolución industrial, donde emergieron los sistemas de estudio del trabajo y cómo “optimizar la máquina”, es decir, sobre cómo utilizar al ser humano como “herramienta” o “ganado” desechable para producir más, mucho más, al menor costo posible y por supuesto sin tener en cuenta los valores humanos inherentes al mismo. Algo que también podría recordarnos lamentablemente al concepto más llamativo de las sectas, famosas por hacer esas promesas vacías y absurdas de salvación eterna a cambio de la esclavitud y servidumbre en el más amplio sentido de la palabra.  
Parece ser que el ser humano está condenado a cometer una y otra vez los mismos errores dejándose embaucar por los “iluminados” de turno que juegan con la inocencia y la esperanza de los demás, prometiéndoles un paraíso que no será más que un yermo páramo.
¿Y se puede hacer algo al respecto? Pues sí. No dejemos que nos engañen y exijamos compromisos. Cambiemos las palabras y las promesas por hechos y mejoras que podamos tocar.

No se trata de dinero, porque el bienestar no se encuentra en el salario, que siempre será insuficiente. Seamos honestos con nosotros mismos y con nuestra propia existencia muchas veces desatendida. Luchemos por lo que realmente necesitamos para estar completos. Sentirnos valorados, útiles, amados, creativos… disfrutar con los nuestros, con los que nos quieren, tener tiempo para saber quienes somos o para huir de todo lo que nos rodea, pero al fin y al cabo poder elegir…

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Es triste, pero evidentemente cierto, que una empresa anclada en los valores de hace más de 200 años sobre la optimización del trabajo en cadena mediante los cronometrajes de los movimientos de sus trabajadores no puede pretender que de la noche a la mañana pase a ser vista como “el amigo que nos brinda su mano para hombro con hombro trabajar unidos en pro de un destino común”.

Me resulta del todo repulsivo por lo que implica de menosprecio a la capacidad memorística y lógica de los que se han visto durante muchos años sometidos a la opresión de unos trabajos a contra-reloj y en condiciones infra-humanas.

Si esta “renovación” o lavado de cara se hubiese visto respaldada por un cambio de los “protagonistas” que implantaron, consintieron y perpetuaron esta “doctrina” o hubiese venido acertadamente avalada por una abolición de este sistema de deshumanización del trabajador, hubiese sido bien acogida por todos, no me cabe duda, pero vuelvo a repetir que no se puede regalar un caramelo y portar un cuchillo en la otra mano.

¿Cómo se puede pedir la confianza y el apoyo de los trabajadores cuando éstos nunca antes habían sido consultados, ni se les había tenido en cuenta sus inquietudes o aptitudes al margen de lo meramente físico y aplicable a la ejecución de su tarea?

¿Cómo se puede decir a un padre que sus hijos ya no son lo más importante, o a un hijo que sus padres pueden esperar?

¿Cómo va a anteponer un ser humano sus valores primigenios de familia y libertad de decisión a otros, necesarios sí, pero tanto como artificiales, circunstanciales, y por supuesto secundarios?

¿Cómo se puede mirar a la cara a otra persona cuando se le dice que ya cuentan con él, que su deber es arrimar el hombro y darlo todo a cambio de…  no compromisos, no hechos… a cambio de ¡nada!?

No caigamos en esta burda trampa, y consigamos realidades. Habrá que trabajar, nos caeremos, pero nos levantaremos, y al final estaremos orgullosos,  porque habremos hecho lo que honestamente teníamos que hacer.

 

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