Apenas sí puedo desconectar mi corazón del nudo que me oprime la garganta mientras escribo. No puede ser sincera la vida, la existencia, cuando vuelan como ángeles los amigos perdidos. Ya te has ido. Por tu marcha, emborrono estas líneas amargas llenas de ausencia, para hablar de ti, Miguel. Difícil nombrar a la esperanza –aún menos a la fe– cuando nos enfrentamos con la codicia de la muerte, que te llevó, que te arrastró.
No creo, sin embargo, que tu final te ganase la partida fácilmente. Cinco años de lucha por el amor a la vida dan para unas merecidas tablas. La parca no te ganó, tan sólo halló un resquicio de cansancio por donde hincar su arpón y tú te hiciste el dormido… Difícil hablar de ausencia con tu recuerdo sobre el humo de mi cigarrillo, entreverado a mi conciencia, enturbiando a la memoria de los tuyos con el reflejo de tu sonrisa inteligente y mediadora, siempre presente ahora. Curiosa sonrisa: feliz. Qué ímpetu por el amor a los suyos, a la luz, al deporte, a la amistad, a la vida. A todos nos eras infiel por ser amante de vida. Y así, lleno de amor-coraje luchaste hasta el final. Con el alma del guerrero por espada y el cariño de tu familia como coraza te enfrentaste a la oscuridad, sembrándonos ahora de luz con tu marcha triunfal sobre dolores, operaciones, quimioterapia… Ya acabó todo y todo empieza ahora, compañero. Ya comienza a saborearse el hueco de tu cuerpo, el rescoldo de tu adiós y el orgullo creciente de haberte conocido. Y es que tú comenzaste el camino hacia las estrellas aún vivo, como sólo los auténticos soldados saben hacerlo: lleno de entrega a la vida, desde la vida, por la vida… Espero, compañero, que en nuestro próximo encuentro nos abracemos, riamos y brindemos sobre la certeza de la fe, mientras cabalgamos a lomos de tu bicicleta… Descansa. Descansa pero no dejes de pedalear, allá, entre las estrellas, por todos nosotros.
