Mi “no” al traje de Feria

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Me llamo Mirjam (Miriam) Donà y soy de una región fronteriza de los Alpes: del noreste de Italia, muy cerca de Austria, Suiza y Alemania. Tras mis estudios de idiomas, he venido a Andalucía y estoy actualmente trabajando de profesora en Dos Hermanas y Sevilla. La razón de mi desplazamiento es que desde pequeña mi sueño era vivir en España. Es fácil comprender porqué: ¡Este país es tan diferente de mi tierra de los Alpes! He pensado compartir con vosotros mi experiencia, contando algunos de los detalles en los que me fijo cada día y que os pueden trasmitir las sensaciones que una persona del norte puede tener al vivir en vuestra tierra. 

Resido en Sevilla desde julio del año pasado. Desde el principio, iba conociendo a gente y todos me preguntaban: “¿Te gusta Sevilla?” Y en seguida me hacían la pregunta: “¿Has visto la Feria?” A mi respuesta (que no, que nunca había visto una Feria ni sevillana ni andaluza ni española y que ni siquiera sabía lo que es) me contestaban: “Vas a ver qué locura es. Te va a gustar.” Y yo: ”Pero, entonces, ¿qué es?” –“Pues, es la fiesta. La fiesta total. ¡Y esto durante una semana entera!” Pronunciaban la palabra “fiesta” tan naturalmente, como si para mí estuviera completamente claro lo que significaba.

Conforme pasaban los meses se me añadían unas informaciones más pero, a pesar de eso, la única idea que podía yo –originaria del norte de Italia, de los Alpes Tiroleses- tener de la Feria hasta el día 7 de abril de 2008 era la de una fiesta enorme. Y no sabía nada más concreto sobre lo que realmente iba a pasar en la feria.

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Mi curiosidad era grande. Por casualidad vi el recinto ferial en diciembre, es decir sin casetas. Vi un poco más tarde las obras para su instalación y he podido seguir, paso a paso y siempre por casualidad (pues trabajo al lado de la Feria), la construcción de la entrada principal con su porte típico andaluz.

Tengo además la suerte de tener muchos amigos sevillanos y, hablando un día sobre la feria (porque a los sevillanos les gusta hablar de ella y esto no ha hecho otra cosa que aumentar mi curiosidad), una amiga me dijo que claramente tenía que ponerme un traje de flamenca en la próxima Feria de Abril. No aceptaba una respuesta negativa por mi parte y me propuso prestarme un vestido de mi talla, ya que su madre cose y tiene muchos en casa.

Así pasaron los meses siguientes con el proyecto de ir cada día (o mejor: noche, porque no sabía tampoco que la Feria duraría las 24 horas del día) a cierta “Feria” y que iba (según decía mi amiga: “todas lo hacen”) vestida con cierto traje de flamenca.

El primer día que fui a la feria, no nos pusimos los trajes porque llovía. Ahora digo: ¡Qué suerte que lloviera! Y os digo también que cuando finalmente llegó el día en que había quedado con mi amiga para elegir mi traje de Feria, le envié un mensaje diciendo que no, que finalmente no lo quería. Y eso, ¿por qué?

Es porque por fin tuve la oportunidad de conocer la Feria, de verla con mis ojos. Fue en un paseo de día por el centro cuando vi la importancia de la Feria para los sevillanos. Vi largas colas de coches de caballos tan bien exornados sobre los que los conductores tocados con nobles sombreros paseaban a familias enteras en traje por las anchas calles que llevan al recinto ferial. Vi todas estas niñas, jóvenes y señoras ataviadas de modo que la perfección brillaba desde el peine en su pelo hasta el tacón de sus zapatos. Estas mujeres no podían esconder -y tampoco lo querían- que se sentían muy guapas y arregladas y que llevaban meses escogiendo su aspecto para la semana de la Feria.

¡Que suerte la de las niñas andaluzas! Mientras que en el resto de Europa, normalmente, una niña sueña todo el tiempo con el día de su boda en el que podrá ser la más guapa entre todas, vestida con su vestido de boda, en cambio en Sevilla las niñas tienen sus días de boda una vez al año.

El conjunto de la atmosfera que vi por el centro aquel día me provocó un sentimiento muy especial. Me di cuenta de que esa Feria, de la que tanto me habían hablado mis amigos, es mucho más que una gran fiesta. Es la expresión de una tradición tan desconocida y lejana para mí y, por otro lado, tan tomada en serio por la gente de Sevilla que yo no pude sentir otra cosa que respeto por lo que veía y mi imagen de la Feria como una fiesta “ligera” se borró rápidamente. Comprendí que la única cosa que a mí, extranjera en Andalucía, me quedaba que hacer era limitarme a mirar los trajes desde el autobús y avisar a mi amiga para que dejara el traje de mi talla en su armario.

 

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