Voz que clama en el desierto

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(Mateo 3, 1-12) ¿Miguel? Mira, soy tu hermana (…) Dentro de unas semanas tengo que ingresar en el hospital (…) Sí es algo serio, pero no te preocupes, todo se pasa. Te llamo para que te quedes estos días con mamá (…) Pero ¿cómo puedes decir que no tienes sitio para tu madre? Tú sabes que siempre ha estado conmigo, que nunca os habéis quedado con ella; pero ahora no voy a poder (…) ¿Miguel? ¿Miguel? (…) 

¿Alejandro? (…) ¿Dónde estás, hijo, que hace tanto ruido? Mira, vente pronto hoy porque tu padre y yo queremos ir a ver a unos amigos. Ya sabes que nunca salimos, como tenemos al abuelo… Pero nos hemos decidido (…) ¿No puedes venir un poco antes? (…) No te preocupes yo lo dejo cambiado de pañales y la comida sólo para que la calientes en el micro-ondas (…) Entonces, ¿no puedes venir? (…)

Sí, señorita, pregunto por la ayuda familiar que le solicité (…) Tengo a mi hijo impedido hace 42 años, los mismos que tiene; un sufrimiento en el parto, me dijeron (…) ¿Que me han denegado la ayuda? Ya le expliqué que sólo necesito unas horas a la semana para bañarlo, que con 67 años ya no puedo sola (…) Ya (…) Claro (…) Hay más casos y no pueden atender a todos. Pues buenos días.

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“Ya está  el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt. 3,10). 

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