¿Legalizar lo inmoral?

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Juan 8, 1-11

El texto del próximo domingo nos muestra a Jesús enseñando sentado en el Templo. Mayor formalidad magisterial no cabe. Allí le presentan una mujer sorprendida en adulterio para que justifique su pena de muerte. La única vez que los fariseos ponen en medio de sus preguntas a Jesús a una persona es para justificar su muerte. Jesús les cuestiona con la célebre frase: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Se quedó sólo con la mujer. Nadie tenía autoridad moral para asesinar a aquella pobre mujer, pero Jesús se quedó sólo; sólo ante todos; sólo con la mujer; sólo defendiendo al más débil. 

¿Justifica Jesús el adulterio? En absoluto, ni siquiera se plantea esa posibilidad. ¿Le quita importancia a esa situación? En absoluto, otras veces había hablado de la fidelidad matrimonial como el camino que Dios ofrece para vivir la plenitud del amor. Cuando despide a la mujer lo deja bien claro: “¿Nadie te ha condenado? –dice a la mujer. Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.

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Este texto tiene mucho contenido para los cristianos. Por una parte nos hace saber que toda persona es más que alguno de sus comportamientos concretos, que no tenemos derecho a juzgar a nadie, porque sólo Dios conoce los motivos y los condicionamientos de una persona; que toda persona ha de ser tratada siempre como hijo de Dios. Por otra nos muestra cómo no todo comportamiento moralmente inaceptable o ambiguo ha de ser penalizado legalmente: la moralidad cristiana no puede pasar directamente a ser considerada ley civil. Pero, a la vez, eso no debe hacer de un comportamiento dañino o autodestructivo algo inocuo, permitido y hasta favorecido; y a quien lo asume un modelo a seguir.

El ambiente maniqueo que está viviendo la sociedad española no favorece la comprensión de distinciones sutiles, por más necesarias que sean. Por desgracia se está tendiendo a hacer pasar como deseables y buenas situaciones que, acaso, sólo hay que no penalizar legalmente; y esto va a provocar mucho sufrimiento y mucha desazón entre los más débiles.

Que nunca justifiquemos el pecado por defender al pecador; que nunca condenemos al pecador por luchar contra el pecado. No es un juego de palabras.

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