Cuando a la inmadurez se le llama democracia

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Los que han hecho un mínimo estudio de nuestro lenguaje o manera de hablar a los demás y a uno mismo, saben que hay como dos niveles de expresión, uno de conceptos o generalidades y otro empírico, o sea de experiencias. El primero, que llamaríamos conceptual, es peligroso porque saca consecuencias de puras palabras. El segundo se refiere a lo que está ahí en la realidad, y son cosas, hechos y personas.

Si alguien estuviera necesitado de ser reconocido, de poseer los bienes necesarios para la vida, de solicitar comprensión, sin duda que no acudiría a los que proclaman conceptos, o dan certificados, o consejos universales, sino más bien a aquellos donde encontrar aceptación social, trato igualitario y algo de generosidad.

A nuestra manera de ser le es más fácil usar del entendimiento para definir conceptos y principios, que ponernos en la situación de lo que realmente pasa cada día, cada minuto, aquí y ahora. Es más fácil hablar de dignidad que estar ahí abajo con los dignos o con los indignos. Es más fácil, y queda muy bien, filosofar sobre la igualdad, que meterse en el fango de los iguales y desiguales. Es más fácil, perdóneseme la reiteración, apologetizar sobre la bondad que entrar en los entresijos de las limpiezas y las corrupciones.

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En nuestro país, por razones socio políticas y culturales de larga tradición, hubo y aún padecemos una sobreabundancia de conceptos que ya Cervantes se ocupara de poner en entredicho con ese humor tan delicado  que le es propio. Desde la derecha hasta la izquierda somos hijos de los consejos universales de los maestros,  las tarimas de los catedráticos de Universidad, de los predicadores en los púlpitos, de los que dan discursos políticos, en un juego conceptual peligroso para los que menos poder tienen. Cómo no recordar  los muertos por Dios y por la Patria, o la colaboración en conflictos tan recientes, en los que en nombre de la “libertad”,  morían y mueren niños, sin que gentes que ahora claman dignidad levantaran la voz.

Cuando en estos días que vivimos nos llegan mensajes de posiciones como dignidad, justicia, arrepentimiento, monopolizados por determinadas personas, ya sean nacionalistas españoles o etarras terroristas, pretendidos defensores de la dignidad y el derecho, siento como si nuestro pequeño país fuera a ser absorbido por un agujero negro para siempre. Que no faltan ahora tampoco los que quieren tener el poder y el sentido de las cosas y de las gentes. Que sus palabras son ya tan altaneras y desmesuradas que han sobrepasado con indignidades el sentimiento y la corrección de los verdaderos demócratas. Porque la democracia no se hace con dignidad, sino con dignos, no con igualdad sino con iguales, no con bondad, sino con bondadosos y generosos. Que la democracia crece cuando, desde abajo, desde lo más singular, desde lo más individual, se consideran las cosas que se hacen y las que hay que hacer. Que los que por ahí abajo andan y sobreviven saben muy bien que no son los principios lo más importante, sino las realidades, que no es incluso la paz el mayor valor que tenemos, sino los pacificadores. Que nunca verdaderamente convivieron  los pueblos y produjeron autentica cultura por raciocinios morales o el poder de unos cuantos sino por el trabajo y las obras bien hechas, tolerantes, solidarios, generosos. Que no fueron los discursos políticos los que cambiaron la vida de las gentes, sino el acercamiento y el andar entre verdades y verdaderos. Que la democracia que nace del pueblo se hace madura con el quehacer diario y disciplinado de los políticos que están en la base, los militares defensores del sentir de las gentes, los comerciantes legales, los artesanos del buen hacer. En definitiva, los fundamentos del sentir democrático no son los raciocinios sino los hechos, más que el hombre como generalidad conceptual, son los hombres plurales e individuales, que si algo tienen de valor los principios se refiere a la acumulación de experiencias. No es la democracia la que hace a los hombres sino los individuos los que la crean y la hacen madurar desde las condiciones más objetivas y de experiencia de cada pueblo.

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