Anhelo de paz

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(Lucas 2, 16-21) Anhelo de paz recorre nuestro mundo traspasado por tanto odio y tanta guerra. Un anhelo de paz que brota de lo más profundo de nuestro ser porque en medio de bombas y guerras, en medio de odios y rencores, o en medio de superficialidad e indiferencia, lo que a todos, de recién nacidos, nos permitió vivir fueron unos brazos acogedores, un seno generoso, unos labios que sonreían, besaban y susurraban dulces palabras.

Nuestro corazón no se conforma con las vallas o los muros que separan a los hombres en ricos y miserables, en ciudadanos e ilegales, en personas y no-personas. Nuestro corazón tiembla ante los horrores de la guerra; tanto más terribles cuando se hacen en nombre de un supuesto «dios» de odio y de venganza. Nuestro corazón no se conforma con nuestros pequeños enfrentamientos familiares y vecinales; y nunca está en paz cuando en él anida el enfrentamiento y el recelo. Nuestro corazón anhela una Paz grande, amplia como un desierto, inagotable como el océano. Una Paz que sólo puede conseguirse en la unión de esfuerzos pequeños, grano a grano, gota a gota, beso a beso.

Pero no nos engañemos, por el pecado del mundo que nos muerde a todos, la paz sólo se puede construir con renuncia e incluso sufrimiento. Sólo si renuncias a lo que, posiblemente, sea lo tuyo, sólo si te entregas, hasta más allá de lo razonable -según la pequeña razón que nos construimos-, podrás ser instrumento de paz. Nuestro mundo necesita pacifistas beligerantes; en contra de todo lo que atente o ignore la dignidad de los hijos de Dios, en contra de todo pecado; y abiertos al anhelo profundo de comunión y de paz que Dios Padre hace brotar en el fondo de nuestro corazón.

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