El Pan de cada día

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(Lc 9,11-17) SU NOMBRE es Manuel. Él no es consciente, pero a su madre le cuesta mucho esfuerzo poner en la mesa (y en su mochila por las mañanas) el pan de cada día. Va a trabajar a una casa… poco sueldo y sin asegurar.

Tiene que ir a la parroquia; y cada mes le dan algunas cosas, que son una pequeña ayuda. Quienes más le ayudan son sus padres: la bombona, el recibo de la luz, «te he traído estas cosas, niña», «veníos a comer con nosotros»… Poco a poco van saliendo adelante. Cada día, la madre de Manuel da las gracias al buen Dios por tener lo indispensable. Esa acción de gracias, sincera, profunda, sentida, la salva de la desesperación y el victimismo. Sabe que Alguien vela por ella y por su hijo.

Antes de misa un hombre joven se arrodilla ante el sagrario. Da las gracias su mujer y sus niños, porque no falta el trabajo. Pide perdón por su falta de tacto, por ser a veces tan cabezón… Sus niños lo ven rezar y se ponen a su lado. Y, entonces, su oración ya no es ni de petición, ni de dar las gracias; se sabe amado en la familia que tiene y que acoge como un don inmenso.

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Una mujer en una esquina de la iglesia… llora, reza y se va cuando comienza la misa. Aún no sabe que Cristo murió en la cruz para perdonar, también, el mal que hizo y del que todos los días se arrepiente, desde hace 10 años.

Eucaristía es buscar caminos para impulsar un mundo más justo y solidario. Eucaristía es acogida del perdón que siempre necesitamos. Eucaristía es arrodillarnos ante la entrega redentora de Cristo en la cruz. Eucaristía es la fiesta de sus discípulos que lo saben vivo y fuente de vida.

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