Gloria y Pasión

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(Pasión según San Lucas) MUCHOS MOMENTOS hubo en mi matrimonio de gloria, y muchos momentos de cruz; muchos domingos de ramos y muchos viernes santos.

Los primeros tiempos fueron de una profunda comunión y alegría. Teníamos nuestros ‘dimes y diretes’, pero el amor era tan grande que todo acababa en un beso. Después vinieron los niños y la cosa cambió; más bien, cambié yo. Es verdad que las mujeres de nuestra tierra somos más madres que esposas; y parece que los hijos ponen a nuestros maridos en un segundo lugar. Tampoco mi marido estaba acostumbrado a hacer muchas cosas y para todo me dejaba sola. Yo me resentía; y harta de decírselo sin que me escuchara creé un caparazón que me defendiera. Admitía sus caricias, pero no llegaban a mi corazón.

Durante un tiempo caminé por un desierto en mi matrimonio, mi única alegría eran mis hijos. En ellos encontraba todo el amor que necesitaba… Todo, no; no voy a engañarme.

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Si os digo la verdad, fue una enfermedad la que nos sacó de aquella tibieza anodina y exasperante. Caí enferma, muy enferma. Los niños ya estaban criados y mi marido tuvo que atenderme. Al principio todo se le hacía un mundo, después aprendió. Si dolor y angustia me causaba la enfermedad, más consuelo me producía verlo tan entregado y atento a todo lo que podía necesitar. Somos tontos, necesitamos de una enfermedad para que el amor rompa la costra de nuestra incomprensión…

Desde aquello, cada caricia suya llegaba a lo más hondo de mi ser; ya no había nada turbio cuando nos mirábamos. (…)

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