Asertividad y más

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(Marcos 10, 46-52) MUCHAS VECES hablamos, respondemos o reaccionamos ante los otros desde nuestras heridas emocionales; y, claro está, hablamos y actuamos mal.

No respondemos a sus preguntas, sino a lo que sospechamos que nos quiere decir por algo que nos ha hecho sufrir o que nos angustia. Actuamos considerando al otro desde nuestras etiquetas, desde nuestros prejuicios, sin abrirnos al misterio de novedad y libertad que siempre es una persona. En todos estos momentos nos falta la asertividad necesaria para hablar desde el presente, desde lo que ha ocurrido o se ha dicho, sin prejuzgar intenciones o desprecios premeditados, manifestando nuestros sentimientos.

Jesucristo, tal como nos lo describen los evangelios, por su relación única con el Padre, vivía en una asertividad que disolvía prejuicios y enfrentamientos infundados, que alentaba en las personas lo mejor que en ellas había.

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En el texto del evangelio que escucharemos este domingo nos encontramos una frase de Jesús que la repite varias veces: “Tú fe te ha salvado”. Ante un pobre mendigo ciego descubre la persona que tapaban sus harapos y su situación personal; descubre la tenacidad y la fortaleza de su carácter, sus ganas de vivir, su amor por la vida; descubre la fe y la esperanza con la que estaba viviendo su terrible situación… No le dice: “Yo te voy a devolver la vista”, ni: “el Señor te va a curar”. Le habla como la persona que es; como persona con capacidades insospechadas de fortaleza interior, con una fuente de humanidad interior que nunca se agota. Le habló como hijo del Padre; a quien el Padre quiere levantar de su postración.
Le habló como nos habla a nosotros, a mí y a ti.

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