Clericalismos

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(Marcos 9, 38-48) DIJO ALGUIEN hace ya algún tiempo que el sino de los españoles es ir detrás de un cura. Bien con una vela, en procesión; bien con una porra para darle en la cabeza. Quizás sea un poco exagerada la frase. Clericalismo y anti-clericalismo son hermanos siameses; y parece, que en estos últimos tiempos, el hermano de la porra le gana al de la vela por franca diferencia.

El clericalismo es un problema grave, sobre todo, a nivel eclesial. Los curas tenemos demasiado poder de decisión; y, por el contrario, muchos cristianos han renunciado a su tarea apostólica. Las familias cristianas han dejado el protagonismo de la educación cristiana de sus hijos a las parroquias. Los profesionales cristianos no desarrollan la moral que su fe le pediría en su actividad profesional. Las asociaciones de fieles que más abundan no son las de apostolado o la de compromiso social, sino las que se centran en dar culto a venerables imágenes. Nuestras comunidades han de “desclericalizarse”; viven constreñidas por una falsa concepción de la Iglesia.

Los sacerdotes también tenemos ese reto de “desclericalizarnos”, de no sentirnos “casta de poder”, sino hermanos al servicio de la comunidad y de los más pobres. El ministerio del presbiterado tiene una hermosa y exigente misión: representar al propio Cristo. Una misión que nos ha de llenar de humildad y temor. Ya que hemos de realizarla no como los sacerdotes de las religiones paganas ofrecían los sacrificios, sino desde la vinculación personal y profunda con Jesucristo.

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Y aunque algunos, por nuestros errores, quieran quitarnos hasta el derecho de hablar, nosotros no podemos dejar de intentar servir como Cristo lo hizo. Os pido, de verdad, a todos que nos ayudéis.

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