Fe de libertad

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(Marcos 8, 27-35) La persona está configurada para abrirse con confianza a la dimensión de fundamento que solemos llamar Dios. La inclinación a la experiencia religiosa es tan natural en la persona como el gusto por la belleza o por descubrir la racionalidad inmanente a todo lo que vemos; si se me apura, estamos más inclinados a creer en Dios que a hacer arte o filosofía. La libertad del hombre ha de afrontar esa inclinación y definirse ante ella. Es lo que algunos llaman la religión natural.

Pero la religión natural tiende siempre a convertir a Dios en respuesta de nuestros intereses y deseos. Le pedimos que cuando sea necesario convierta las piedras en pan, o que nos dé éxito en la vida. Jesús nos enseñó el verdadero camino para vivir como hijos de Dios: “el que quiera preservar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, ese, será salvado por el Padre”.
Si tu fe sólo te impulsa a pedir por ti mismo, a pedir que se cumplan tus planes y deseos… ¿qué clase de fe tienes?

La experiencia de los creyentes es que Jesucristo nos protege y nos ayuda; pero, frecuentemente, no por los caminos que esperábamos o deseábamos. Porque Él, que vive desde la libertad, nos invita a no vivir esclavos de nada. La comunidad cristiana tiene el reto inmenso de, en su debilidad, mostrar la valentía y el amor de Jesucristo. Tú, como cristiano, tienes ese inmenso reto. No renuncies a él porque en ello te va la vida.
Si desviamos la mirada ante los que son despreciados por los poderes de este mundo, si bajamos los ojos a los que son condenados y desahuciados, si nos negamos a mirar a la cruz de Jesucristo, ¿cómo vamos a ver el rostro del Padre?

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