Te haces fuerte

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(Marcos 6, 1-6) “La fuerza se realiza en la debilidad”, parece paradójico y hasta contradictorio, pero es profundamente verdadero. Ya decía Heisemberg, el físico cuántico, que lo contrario de una verdad superficial es un error superficial, pero lo contrario de una verdad profunda es otra verdad profunda.

Si nuestra fortaleza no pasa por la debilidad de aceptar ponerse en las manos del otro, por el detenerse ante su libertad, por llamar respetuosamente a su corazón, sólo podremos vencer, imponer nuestra voluntad o nuestras razones, pero no ser acogidos y amados; nos saldremos con la nuestra, pero no seremos de nadie, enquistándonos en nuestra suficiencia.

La fortaleza de Dios siempre se detiene ante la libertad de la acogida de la persona.

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Los profetas eran una voz ante la que se podían tapar los oídos; los apóstoles un testimonio, ante el que se podía mirar a otro lado; el propio Jesucristo eligió el camino de la debilidad para enamorar a quien lo viera. Debilidad en el pesebre, en su profesión, en su misión y en su cruz. Esa debilidad se tornaba fuerza irrefrenable cuando un corazón humano se dejaba penetrar por su Espíritu. Entonces no había ley ni costumbre, prohibición o pena que detuviera a quien había sido iluminado por su rostro.

La fuerza se realiza en la debilidad; sólo a condición de que esa debilidad sea acogida por quien se siente persona. No hagas planes de dominio, sino de interpelación; no quieras mandar, sino servir; no pretendas enseñar sabiduría, sino señalar el comienzo de un camino que tú también estás recorriendo.

Todo es más fácil; ni vencer, ni convencer; simplemente ser.

 

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