A esta altura de nuestras vidas creo que ha llegado el momento de hacer balance de nuestra relación. Es cierto que debíamos haber procurado estar mucho más cercanos el uno del otro; abrazarnos, besarnos, sentirnos de una forma más íntima. Pero ya ves, las relaciones humanas aun siendo tan cercanas como la nuestra, a veces son así. Entre nosotros nunca hubo problema alguno que merezca la pena reseñar. Nunca me hiciste un reproche por muy en desacuerdo que estuvieras con alguna decisión que tomara, al igual que yo hice contigo; creo que esto fue un acuerdo mutuo sin tener que ponernos de acuerdo.
También lo es, que podíamos estar horas juntos sin decir nada, no porque no tuviéramos de que hablar sino porque no necesitábamos hacerlo; estar juntos en silencio puede ser muy expresivo. Ahora tampoco hablamos, en esta eterna noche de tu decimoquinto día postrado en una cama de este hospital, por culpa de esta enfermedad grave, probablemente incurable. Yo, sentado junto a tu cabecera intentando no pensar como estarás mañana, tratando mantener la entereza para no llorar en tu presencia.
Es difícil seguir escribiendo sobre alguien que es tan parte de ti que lo sientes como a ti mismo. Pero debo seguir haciéndolo, debo seguir recordando, porque recordar es revivir de nuevo lo vivido, y cuando recuerdo los momentos juntos, te mantengo pleno de vitalidad y vida como estabas antes de que esta despiadada enfermedad te invadiera; te sometiera. Siempre pensé que has sido un buen padre, tanto que en algunos aspectos he intentado ser como tú con mis hijos, pero creo que no lo he conseguido. En cualquier caso ellos también han podido contar con un abuelo que los acogió con los brazos abiertos y estuvo a su lado de manera incondicional. Estoy convencido de que en ellos, igual que en mí, dejaras una huella imborrable.
“La vida es un conjunto de fuerzas que se oponen a la muerte”. André Malraux
