Se murió Miguel Delibes:
superador del lenguaje;
pintor de tiempo y paisaje;
equilibrista de huellas.
Cantor de sinceridades;
de sencillas mezquindades
que sublimara su estrella.
Nos murió de voz madura.
De la luz irresistible
que se yergue, inconfundible,
sobre palabras sin peso,
y que envueltas en verdad
repelen mediocridad
siempre prestas al regreso.
Se nos fue para, curioso,
ser, por fin, redescubierto
por el lector —ese incierto
chubasco desorientado—
que habrá de volver a él,
con su muerte por dintel,
victorioso del pasado.
Apenas se apagara el agua
nos abrió la primavera
dejando a la flor primera
como aldaba de su muerte,
dejando el olor a jara
siempre unida —entreverada—
a su vida y su suerte.
Paso a un grande de las letras.
Se marchó sin estridencias
aprendida la conciencia
de las letras y sus cuitas,
en un vuelo alborotado
—hoy por él, más enlutado—
de una “milana bonita”…