Fiesta, servicio, contemplación

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(Lucas 10, 38-42)  Sin temor a equivocarme creo que con estas tres palabras se expresan las dimensiones fundamentales que dan sentido a la vida de las personas.

Todos queremos ser útiles a los demás. Y cuando no lo somos nuestra vida se va vaciando poco a poco en un rosario de placeres y comodidades vanas que se van desvirtuando poco a poco. Necesitamos servir a los otros; por eso el mayor favor que podemos hacer a alguien es mostrarle cómo su vida sirve a la nuestra; aunque sea su enfermedad y su postración la que crea ámbitos de humanidad y de altruismo.

Todos necesitamos ser envueltos en el ambiente de una fiesta de alegría en la que compartiendo los dones de Dios: la bebida, el baile, la amistad, las bromas, la vida, nos sintamos en armonía plena con la creación. La fiesta es más que fiesta, es signo de lo que somos y necesitamos ser. ¿Qué interés tiene quien miente al decir que Cristo era enemigo de las fiestas?

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Todos anhelamos, tal vez secretamente, unos momentos de soledad para encontrarnos de tú a tú con el misterio de nuestra vida, con el misterio innombrable en el que vivimos, con el Dios Padre que nos acoge con misericordia. Todos anhelamos, tal vez secretamente, encontrarnos con Dios en y desde la realidad concreta de nuestra vida.

El verano es buena época para contemplar, para festejar, para servir tal como el Evangelio nos invita. Jesucristo estaba en una fiesta en casa de Lázaro, Marta y María.

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